Por Adrián Freijo – El cóctel nauseabundo que mezcla el comercio de drogas y seres humanos con las instituciones oficiales no es nuevo y en Mar del Plata ya se cobró muchas víctimas.
Desde hace décadas las denuncias acerca de la connivencia de la justicia, la política y la policía con el negocio de la prostitución caen una y otra vez en saco roto en nuestra ciudad. Y es que al haber incorporado como habitual el flagelo, poco a poco la sociedad va dejando de hablar de ello, de escandalizarse ante la obscenidad de lo obvio y finalmente pedir justicia y soluciones.
Ya en los años 80, apenas retornada la democracia al país, algunos periodistas bregábamos para que el desmadrado ejercicio de la prostitución callejera -promovido y protegido por la policía provincial y convertido en medio de recaudación para las campañas políticas- fuera investigado y erradicado de raíz.
En aquellos años era el barrio de La Perla el «habilitado» para la instalación de prostitutas en sus esquinas y para el funcionamiento de decenas de pequeños hoteles que tras la denominación de «Familiar» ocultaban verdaderos prostíbulos. Un negocio millonario del que se beneficiaban la Unidad Regional IV, la Comisaría 1era., el Comando Radioeléctrico, la Brigada de Investigaciones y la entonces Dirección de Toxicomanía, hasta la llegada a Mar del Plata del Crio. Hermes Acuña que barrió con toda la mugre que se escondía debajo de la alfombra de la repartición.
Alguna vez en nuestro programa radial LIBRE EXPRESIÓN, una voz que se empeñó en señalar estas corrupciones y pagó un alto precio por ello, una trabajadora del sexo que oficiaba de «delegada» de sus compañeras nos dijo que «tenemos que pagarle a tantas reparticiones que trabajamos para nosotras un solo día de la semana. Pero si no les damos la plata nos meten presas y nos revientan a golpes». Así trabajaban las mujeres de La Perla…
En ese tradicional barrio de Mar del Plata comenzó a crecer el negocio de la venta al menudeo de la droga por medio de las prostitutas. A las que además se las convirtió en adictas para favorecer «la lealtad» con sus patrones-dueños.
Y también en ese barrio comenzó la leyenda del Asesino de la Ruta aunque luego se supiese que en realidad no se trataba de un solo maniático sino de varios crímenes a los que se le dio un enmascaramiento similar para en algunos casos cobrar «mejicaneadas» de droga y en otros tapar las acciones de conocidos personajes de la justicia y la política que solían requerir los servicios de estas proveedoras de sexo y estupefacientes. Semejante escándalo terminó languideciendo en el olvido y nunca se avanzó seriamente en la investigación…
Pero a partir del ruido que aquello generó en la sociedad la zona roja mudó rápidamente de lugar geográfico: las inmediaciones de la vieja terminal de trenes, en una primera etapa, y la Avda. Jara -cuando el negocio se amplió con la presencia de travestis y se convirtió además en el shopping del narcomenudeo local- fueron el nuevo epicentro del negocio y sus múltiples tapaderas.
De nada sirvieron las quejas de los vecinos, las promesas del poder político y las puestas en escena de la justicia. Nunca nadie hizo nada medianamente serio para terminar con una actividad que además hace de la evidencia una estrategia de penetración en el mercado: la prostitución se muestra, escandaliza, convoca con ampulosos gestos al potencial cliente y, en definitiva, se esfuerza por no pasar desapercibida.
En estos años han proliferado los escándalos, los crímenes, los agentes policiales detenidos en flagrante delito de tráfico, las peleas entre travestis, los ampulosos operativos tendientes a hacer creer que realmente se quiere recuperar esta zona de la ciudad para sus vecinos. Y todo ha quedado, una y otra vez, en la nada.
Y así seguirá siendo mientras no aparezca en el horizonte político y periodístico lugareño queien hable con claridad y le ponga a las cosas nombre y apellido: la prostitución y el narcotráfico cuentan con protección de la policía y la justicia y siguen financiando actividades partidarias, cada vez en mayor medida y con mayor impunidad.
Ocurre en el presente, fue así en el pasado y seguramente seguirá pasando si el estado -esa creación ñoña y patibularia a la que todos sostenemos para que nos estafe- sigue mirando para el costado y beneficiándose del delito.
A lo sumo, como los viejos circos barriales, se correrá unas pocas cuadras para seguir con la función…