PUNDONOR

Es el sentimiento de dignidad personal que exige a uno mismo atención y dedicación continua en una labor o profesión. Y apareció en la Cámara de Diputados de la mano de Graciela Caamaño.

No es común...nada común. En un mundo en el que la sobreactuación y la justificación permanente suelen ser habituales, escuchar a una diputada nacional gritar en la cara del titular del cuerpo una verdad semejante con la vehemencia que debe dar  marco a la sinceridad, no debería ser un caso excepcional ni mucho menos.

«Usted no puede seguir mostrándonos a nosotros cobrando ingente sumas de dinero mientras no hacemos un carajo», bramó Graciela Caamaño ante las permanentes trabas que Emilio Monzó ponía para no someter a debate cuestiones incómodas para el gobierno pero urgentes y necesarias para la gente.

«¿No les da un poco de vergüenza? ¿No tienen ningún amigo que les dice que viven sin laburar?» preguntó, casi haciendo suyas las palabras de millones de argentinos que siguen esperando que la política les de alguna vez una respuesta a tantos problemas que los agobian. Tal vez en su enojo Caamaño no llegó a tomar conciencia de que en ese instante, como nunca antes, encarnaba la representación del pueblo de la república que supone ocupar una banca de diputado.

Bien le hace a las instituciones la presencia de argentinos que piensan como la representante del Frente Renovador. Y a todos los que esperamos pacientemente sentir que en ese histórico recinto existen personas dispuestas a honrar la representación que en sus manos hemos depositado, pidiendo a cambio tan solo lo que ella reclamó en nombre de todos: dedicación y trabajo.

Por una vez el pundonor sobrevoló el recinto, acostumbrado a las chicanas, las agachadas y las especulaciones. Y, como para estar a la altura de estos tiempos, lo hizo enancado en la figura de una mujer que supo abrirse paso en base a una fuerte personalidad y un puñado innegociable de convicciones.

Con más fuerza que mil discursos…