Francisco pisa América haciendo historia mientras Evo sigue abroquelado en Bolivia haciendo ideología. Esa sola mirada tiene que servirnos para no equivocar el centro del análisis de la visita papal.
La inaceptable falta de respeto de Evo Morales al entregar al Papa una imagen de Cristo montada en el símbolo del comunismo mundial no puede convertirse en el principal motivo de análisis de una visita que tiene aristas de una importancia casi fundacional de un nuevo tiempo en América.
Como principal reserva de católicos del mundo, nuestra región ha estado en las últimas décadas al tope de las preocupaciones de la Iglesia Romana. El sólo hecho de que el pontífice sea argentino indica el lugar predominante que latinoamérica ha asumido en la dura lucha que deberá afrontar la conducción del catolicismo en los próximos años para neutralizar muchos años de alejamiento de su pueblo y el avance de expresiones cristianas no tradicionales en el continente.
La marea humana que acompañó a Francisco en cada una de sus presentaciones públicas y la hondura de las palabras y conceptos que dejó en cada una de ellas debería ocupar el centro del análisis porque representan la base de un nuevo tiempo de catolicismo militante impensable hace apenas un lustro.
Y será esa militancia la que dará al Papa el sustento popular necesario para que sus posturas cada vez más determinantes en materia de política mundial sean escuchadas, respetadas y seguidas por los líderes mundiales.
Algo que por cierto es mucho más importante que la excéntrica grosería de un presidente que tal vez ni siquiera tenía noción acabada de lo que estaba haciendo.
Ya que no en vano Evo es anécdota y Francisco es historia.