Redacción – Un día de marchas, consignas jalonadas con actos de violencia y cargadas de agravios al que piensa distinto. ¿Sabemos hacia donde vamos y qué queremos?.
Marchas a favor y en contra de la expropiación de Vicentín, en rechazo a la libertad de Lázaro Báez, por por la libertad de prensa, por la Constitución, por los peluqueros, contra la cuarentena; en fin, contra todo lo que se cruzase delante de los enojados.
Manifestaciones que unieron a violentos e intemperantes con ciudadanos preocupados por la situación económica; a quienes sinceramente están hartos del encierro con militantes que solo se oponen a todo lo que venga del otro lado de la grieta. A pacíficos argentinos con energúmenos del mismo origen…
La Biblia y el Calefón en su máxima expresión y una mescolanza que terminó con agresiones a la prensa…en repudio por lo que los atacantes denunciaban como violencia de esa prensa. Un disparate y una muestra más de una sociedad que ha perdido el equilibrio y arrasa con los mismos derechos que dice defender.
La Argentina se va convirtiendo poco a poco en un país de razón cuantitativa. Una marcha es un éxito de acuerdo a cuanta gente logra reunir, aunque las consignas y los actos demuestren el fracaso en que se ha convertido la convivencia entre nosotros. Y lo más triste es que quienes se sienten «triunfadores» son los mismos que luego critican a los que se movilizan con consignas diferentes.
Al cobijo de la bandera nacional, en el Día de la Patria, muchos violentos coparon la parada y lograron, como siempre, convertir al resto en esa mayoría silenciosa que termina no sirviendo para nada. Y esto pasa en ambos lados de esta quebrada sociedad argentina de hoy.
Los moderados terminan arrastrados por los violentos, los que reclaman terminan siendo instrumento de los que destruyen, los que necesitan quedan aplastados por los que solamente quieren imponer sus condiciones.
La historia de nuestro país se hizo en la calle; así fue en 1810, en 1945, en 1983 y en 2001, tan solo para recordar algunas movilizaciones emblemáticas de revolución, construcción de un movimiento popular, exigencia del retorno a la democracia o reclamo de devolución de los dineros apropiados por un estado fallido.
Desde aquel «el pueblo quiere saber de que se trata» hasta el más cercano «que se vayan todos», las mareas humanas caminaron las calles del país sabiendo que era lo que querían y que era aquello que defendían.
Como cuando millones de personas salieron a solicitar justicia por la muerte de un fiscal, el cambio de una legislación que los convertía en rehenes del delito o el final de una dictadura que había arrasado al país y lo había entregado, atado de pies y manos, a la irresponsabilidad de una guerra pensada para esconder la realidad, abusando de un sentimiento de reivindicación territorial incorporado al sentir de cada hombre y mujer de esta tierra.
Hoy la calle es un territorio de pelea que tiene por destino derrotar al otro, exponerlo al agravio, acrecentar el odio que traspasa al país enfermo.
Un país que ya no se soporta a si mismo y se dispone a liberar contra su destino toda su fuerza autodestructiva.
Odiar es caminar, caminar es insultar, insultar es asegurar que la grieta no se cierre jamás.
Y todo en nombre de una razón que cada día se aleja más del centro de la escena.
Basta…detengamos la marcha y miremos hacia donde nos lleva el camino emprendido.
No nos va a gustar.

Los «defensores» de la libertad de expresión atacaron el móvil de C5N al grito de «ahora van a tener miedo»