Por Adrián Freijo – La acusación levantada por algunos sectores acerca del sanitarista argentino y sus métodos y simpatías nazis es un agravio a la inteligencia y una programada falta a la verdad.
La figura del Dr. Ramón Carrillo, el hombre al que Juan Perón encargó la diagramación de una nueva política sanitaria de carácter universal y gratuito y que fuese reconocido por propios y extraños como el principal sanitarista en la argentina moderna, se ve por estas horas sometida a un absurdo debate entre quienes ven con buenos ojos que su imagen sea rescatada en la emisión de un nuevo billete y quienes han descubierto en sus posturas y proyectos un carácter eugenético que lo emparenta con las políticas raciales y de manipulación del nazismo.
Ya lanzados en la diatriba, estos últimos avanzan en la afirmación de que el médico argentino simpatizaba con la figura de Adolfo Hitler y adhería a sus postulados. Debe reconocerse, sin ánimo de ingresar en un debate aleatorio, que la leyenda negra del peronismo ayuda a hacer creíble esta afirmación.
Tal vez en otro espacio y en otra propuesta podremos ahondar acerca de esta cuestión y demoler aquellas afirmaciones. La llegada de científicos alemanes a la argentina, la protección a ciudadanos vinculados a crímenes de guerra y el refugio de escapados de la Europa tomada por los aliados por el oeste y los soviéticos por el este no fue diferente a las políticas implementadas por los Estados Unidos, Francia, Bélgica, Holanda y el Brasil. Pero ya lo dijimos…esa es otra cuestión.
Nada más lejos que un criterio eugenésico o racial en las políticas sanitarias de Ramón Carrillo. Más bien respondían a una realidad social y demográfica que para la Argentina ya era un drama en aquellos años y no ha dejado de serlo en la actualidad: la escasez de población y la mala distribución de sus capacidades humanas y productivas.
La política de salud pública durante el peronismo tuvo una envergadura inédita en el país. En 1946 se designó a Carrillo como Secretario de Salud Pública hasta que en 1949 fue promovido a la jerarquía de Ministro.
Desde esta plataforma se sancionaron una serie de leyes tendientes a dotar al país de una política sanitaria inexistente hasta entonces y se materializaron instituciones específicas para intentar dar respuesta a una de las inquietudes que amenazaban la cohesión de la sociedad.
La más preocupante era el detenimiento de la tasa de crecimiento de la población, que había descendido de 27 por mil en el período 1925-1930 a 14,2 por mil para el período 1940-1945. Asimismo, la tasa de natalidad disminuía d~ 32,5 por mil a 25,5 por mil, y la declinación de la inmigración se acentuaba comenzar la década del treinta.
Esta declinación en la tasa de crecimiento de la población planteó la necesidad de diseñar un marco normativo formal e informal y de crear instituciones específicas donde se determinó el tipo y grado de cobertura de la población incluida.
Pero como no hay práctica sanitaria sin un núcleo de conocimientos sobre las poblaciones de las que se trata y de las maneras de hacerse cargo de ellas o, por el contrario, excluirlas, esta protección sanitaria condujo a no tener en cuenta a ciertos individuos en los objetivos específicos de esa política re-poblacional.
El varón joven y sano-o poseía, en su capacidad laboral, una riqueza potencial que debía ponerse en práctica para estimular el mercado interno. En este contexto, la Secretaría de Salud Pública (SSP) debió fomentar y proteger la capacidad laboral de los varones y difundir la imagen de las mujeres, importante en tanto y en cuanto su función procreadora.
Algo que en estos tiempos se entiende como una monstruosidad pero que en aquellos años era parte de la cultura generalizada no solo en nuestro país sino en el mundo entero.
Pese a estar pensada en función de la producción y el trabajo –amén de la necesaria población de los vastos territorios inhabitados del país- rápidamente ese criterio se extendió a todos los estamentos de la vida social del país. No sólo por la propia dinámica política, sino también por la acción de otros actores en la oferta de servicios sanitarios tales como la Fundación Eva Perón, los sindicatos o la intervención de otros ministerios.
La propia Eva Perón, incansable defensora de los derechos de la mujer, posó sobre Carrillo y sus políticas la más entusiasta de sus miradas y lo integró a su círculo más íntimo de confianza y consideración.
Eva percibía en base a puro talento la existencia de una sociedad dualista – aquella en la que coexisten las separaciones y las Interdependencias con relaciones de dominación que, sin embargo, no corresponden a las situaciones en las que los subordinados quedan abandonados a sí mismos- como eslabón necesario para dejar definitivamente atrás la sociedad dual, previa a la llegada del peronismo y en la que ella misma había sufrido todo tipo de humillaciones, caracterizada por ser de exclusión y en la cual ciertos grupos no tienen nada y no son nada, o poco menos. Y las políticas sanitarias de Ramón Carrilo suponían un camino, uno de los tantos planteados por el peronismo, para dejar atrás esa realidad.
De eso se trataba. De una concepción del desarrollo basada en las reglas sociales aceptadas en esa época. ¿Qué tiene esto que ver con la eugenesia, que supone la aplicación de las leyes biológicas de la herencia al perfeccionamiento de la especie humana, tal cual lo proclamaba el nazismo y lo orquestaba el Dr. Joseph Mengele?.
Nada más lejos de la realidad. Y con su cara en el billete o fuera de él, Ramón Carrillo seguirá siendo el hombre sabio que universalizó la medicina, fue capaz de diagramar una política sanitaria y llevó la cura a las enfermedades a cada rincón de la Argentina.
Una pena que algunos –con un criterio que científicamente emparentaría con la eugenesia- traten de “mejorar el conocimiento humano en base a métodos artificiales”.
Por ejemplo…la mentira.