Recuerdos de un militante: «Hoy llega Perón» 17- 11- 1972

Por Adrián FreijoAquel día no fue uno más. Para quienes militábamos en el peronismo desde la primera juventud, la vuelta de Perón representaba cumplir, tal vez, el primer gran objetivo de vida.

Hay toda una generación que jamás podrá olvidar esa mañana del 17 de noviembre de 1972. Y Dios me bendijo al permitirme ser parte de ella.

Es verdad, esa bendición fue doble porque ya entonces era peronista.

Y como para todos los peronistas ese día nublado y lluvioso representaba un triunfo largo y anhelado que como tantas otras cosas de la pasión argentina no pueden explicarse y además no tienen que explicarse.

Por estas horas percibo un error generalizado en todos los que recuerdan aquella jornada o simplemente rescatan el día de la militancia. Y es el creer que «militantes» eramos aquellos que en la clandestinidad y con riesgos ciertos para nuestra libertad y hasta nuestra vida trasegábamos las unidades básicas clandestinas, armábamos actos clandestinos y escuchábamos aquellas esperadas cintas grabadas desde las que la voz inconfundible de Perón nos decía a cada uno lo que queríamos escuchar.

Porque no importaba lo que realmente decía el General…importaba lo que nosotros esperábamos que el líder nos dijese.

Pero volviendo al núcleo de lo que quiero decir en esta nota -seguramente menos esperada que las cintas- pretender que los que llevábamos adelante la acción política eramos los únicos militantes es no entender lo que es el peronismo ni lo que fue la mística.

Porque militante era aquel que en el trabajo se animaba a discutir cuando Perón era atacado.

Militante fue todo argentino que en su casa, aún escondida en un rincón que la hiciese invisible frente a los «contreras» que nombraba Discépolo, tenía una foto del General o de Evita a la que, en algún momento del día, le dedicaba esa especie de misa pagana que podía representarse en una vela, un saludo o tan sólo un pensamiento de nostalgia.

Militante era también el que mascullaba una puteada cuando la engolada vos de un militar o la verba florida de un político -de aquellos que en nombre de la democracia aceptaban la proscripción de aquel al que jamás pudieron vencer- hablaba del peronismo como un estigma mientras el pueblo lo sentía como un camino.

Militante era el que se limitaba a poner el nombre de Juan Domingo a su hijo o Eva a su hija; el que le daba trabajo a un paria peronista aunque dijese que sólo lo hacía por razones humanitarias...o el que silbaba entre dientes la «marchita» mirando para el costado para asegurarse que no lo escuchaba nadie.

Y también aquel milico que en el medio de una manifestación, «haciendo como que» te tiraba el matungo encima mientras blandía su machete, te gritaba «rajá pibe…y que viva Perón» en el más brutal gesto de ternura que uno pueda recordar.

TODOS ERAMOS MILITANTES…porque eramos peronistas. Y ser peronista por entonces suponía una militancia que podía terminar con la cárcel, la expulsión de una facultad, la pérdida del trabajo…o aquel triste temido e inevitable «esta es una casa decente…elegí entre el peronismo o tu familia».

Preludio inevitable a que uno hiciese sus petates y se alejara…llevando consigo aquella foto de Perón que con tanto esmero habíamos cuidado en su propio exilio doméstico.

Todos eramos militantes, hiciésemos o no política.

Porque lo que hoy se recuerda como militancia era nada más y nada menos que la rebeldía de hombres y mujeres que no queríamos que alguien nos dijese a quien podíamos querer y a quien no, a quien debíamos seguir y a quien no. A quien debíamos votar…y a quien no.

Por eso en este día de la militancia no nos hagamos los rulos recordando épicas propias que además vinieron acompañadas de trágicos errores.

Antes bien, celebremos a los mansos que en su quehacer cotidiano mantuvieron durante 18 años vivo al peronismo y construyeron el marco de referencia para que aquella luviosa mañana, a pesar de nuestro yerros y despropósitos, el General pudiese posar sus piés en la Argentina y la proscripción de medio país quedase por fin de lado.

Ellos, los humildes y silenciosos peronistas, fueron los verdaderos militante.