La cuestión planteada va mucho más allá del uso electoral del «me gusta» o «no me gusta». Plantea un problema de fondo que deberá ser resuelto desde el consenso o seguirá expulsando gente a la informalidad.
Cuando Horacio Rodríguez Larreta, con la única intención de «morder» votos que en las PASO podrían emigrar hacia los libertarios e inclusive apoyar a Ricardo López Murphy en la propia interna de Juntos, puso sobre la mesa la necesidad de una reforma laboral profunda, seguramente conocía los costos y beneficios de una postura que pareció extrapolada de una realidad de campaña signada por lo anodino, la falta de propuestas y el miedo de los candidatos a hablar de cuestiones de fondo incluyendo en el tratamiento los caminos que deberían seguirse para resolverlas.
Como era previsible todos los candidatos del Frente de Todos incorporaron a su discurso el mensaje del miedo frente a la propuesta: si gana la oposición los trabajadores se quedarán sin derechos.
Así de sencillo y así de formalmente válido si no fuese que con la legislación que el kirchnerismo pretende defender y prolongar en el tiempo el 59% de los trabajadores argentinos cayeron en la informalidad y por lo tanto no tienen derecho alguno a ser defendido.
Si la reforma laboral consiste en quitar las indemnizaciones, precarizar el trabajo y desposeer de todo derecho a los empleados, nadie en sus cabales podría acompañar semejante dislate. Los países del sudeste asiático -por solo citar un ejemplo clásico en un mudo en el que el abuso laboral se ha convertido en una realidad institucionalizada o encubierta (como ocurre con naciones desarrolladas que «miran para el costado» cuando de la informalidad de los migrantes irregulares se trata)- son un ejemplo suficiente de las condiciones en las que un trabajador encara su vida y subsistencia: salarios de hambre, jornadas inagotables, falta de cobertura social y ausencia de cualquier seguro de retiro cuando por edad o incapacidad sea expulsado del mercado laboral.
Inaceptable…pero seguramente a ello no se refería Rodríguez Larreta.
Porque lo que nadie puede negar, si lo que se busca es la inserción del país en las reglas de juego del siglo XXI, es que no se puede seguir pretendiendo que las condiciones de contratación sean las mismas de 1975, cuando se votó la ley de contratos de trabajo en un mundo que era distinto al que hoy, revolución informática y teletrabajo mediante, es con el cual lidiamos.
Y si no nos ponemos de acuerdo en comenzar a discutir un nuevo orden laboral, moderno y adecuado a la realidad del mundo y que sea capaz de no convertir la mano de obra en un escollo a la competitividad, la precariedad tendrá una consagración más sólida que la que podría darle un ordenamiento legal abusivo: la de la realidad.
“El problema es que hoy en la Argentina nadie toma un empleado. Hay que tener en cuenta los trabajadores actuales y los millones y millones que hoy no consiguen un trabajo, porque nadie toma un empleado en Argentina con un sistema como éste”, dijo el jefe de gobierno de la CABA. ¿Alguien puede dudar que la afirmación se ajusta a la verdad de los hechos que observamos cotidianamente?.
Concluyamos entonces que Rodríguez Larreta, por mezquindad o simple especulación electoral, terminó poniendo sobre la mesa una cuestión que hoy supone el problema más urgente que debe resolver la sociedad argentina. Recuperar el trabajo formal -seguramente bajo nuevas reglas y normas- y con ello la movilidad social ascendente que supo dar al país una clase trabajadora con expectativas que luego se convirtió en clase media y le dio al sistema una previsibilidad que supo envidiar el mundo.
Que todo caiga entonces en la grieta…menos estas cuestiones de fondo que van a definir la Argentina que viene.
Realismo, trabajo e integración, con una sociedad protegida y moderna…o voluntarismo vacío y dogmático que siga escupiendo trabajadores hacia la informalidad y el fracaso.
Ser o no ser…esa es la cuestión.