Para conocer un favela desde adentro con fines turísticos, un paseo por Santa Marta es ideal, pero hay que tener en cuenta que se trata apenas de una muestra edulcorada que no refleja la cara más pobre de la ciudad.

Por Florencia Cordero desde Río de Janeiro
En Río de Janeiro hay miles de favelas, pero solo 38 de ellas están «pacificadas» con delegaciones policiales, denominadas UPP, que mantienen el orden de la comunidad afincada en cada asentamiento y que no tienen ningún beneficio directo por la realización de los Juegos Olímpicos en apenas unos días.
El nivel de peligrosidad de cada favela está catalogado por la Policía con diferentes colores: verde para las más tranquilas, amarillo para las de cierta conflictividad y rojo para aquellas que no son recomendables para visitar (incluida la famosa Rocinha, a pesar de ser muy promocionada para hacer tours).
Entre las únicas cuatro favelas signadas por el color verde se encuentra Santa Marta, un asentamiento ocupado por unas 6.000 personas ubicado muy cerca del barrio Botafogo. Como en las villa de Argentina, las casas pegadas una a la otra con construcciones precarias son parte esencial de la postal habitual, pero con la particularidad de contar con sinuosas escaleras (algunas muy angostas al borde del precipicio) que bordean cada grupo de viviendas desparramadas en un laberinto dispar.
En la favela Santa Marta no entran los autos. El intenso movimiento de sus habitantes trascurre entre empinadas escaleras zigzagueantes que alternan con vistas panorámicas desde las alturas del morro. Gente que sube y baja, va de un lado a otro (como en cualquier barrio), adolescentes caminando con auriculares, muchos chicos jugando, moradores que descansan sentados en cualquier lugar, un hombre que se corta el pelo en una peluquería pequeña, una señora que atiende un kiosco desde la ventana de una casa. Todos saludan con cordialidad a los policías que recorren cada recoveco.
Como todo sitio turístico, Santa Marta tiene su punto ineludible: ni más ni menos que la estatua de Michael Jackson que evoca aquella visita del rey del pop en 1996 cuando grabó el video de su canción «They don´t care about us» con el grupo Olodum. Una linda vista del Cristo Redentor y «una selfie con Michael» completan el paseo.
Después de un largo y angosto pasillo de escaleras, aparece la figura de Zé Mario Hilario, el presidente de la Asociación de Moradores de la favela Santa Marta. Con gran simpatía recibe a los eventuales visitantes, muchas veces turistas europeos asombrados por lo frágil de las construcciones donde la gente habita. Pero para Zé Mario el principal problema de la comunidad es qué hacer con la basura y la vulnerabilidad sanitaria del lugar.
La teniente Tatiana Lima está al frente de la UPP y es la encargada de recibir a los extranjeros que llegan a Santa Marta. Es mujer, es linda y atractiva, pero todos respetan su autoridad. A su paso, los vecinos la saludan con una sonrisa dando muestra de una relación policía-habitante que evidencia una confianza mutua.
Recorrer Santa Marta es una experiencia interesante y puede resultar sorprendente para extranjeros del primer mundo que nunca vieron una villa de emergencia, pero es evidente que está muy lejos de parecerse a la realidad que se vive en la gran mayoría de las favelas de Río.