(Escribe Adrián Freijo) – Scioli quedó como la estatua del célebre colombiano que acaba de inaugurar: desnudo, traste para arriba e inflado de bronca. Y sabe que su destino es de museo.
Flotó indefinidamente convencido que cualquier corriente iba a depositarlo en la ansiada playa de la presidencia. Claro que no tuvo en cuenta que esos puertos de arribo suelen tener diferentes características y que podía ocurrirle lo que al final aconteció: que su playa estuviese detrás de muchos y peligrosos riscos que terminaran por hacer encallar al fluctuante catamarán. Y eso parece haber ocurrido.
En su innata capacidad para soportar lo que fuese en pos de sus objetivos -a la que algunas llaman constancia y otros humillación- ni siquiera se detuvo a observar que en los últimos años algunos en su entorno sembraban esos riscos mientras otros soplaban sus distraídas velas hacia la zona más peligrosa.
Por mucho tiempo su estrategia pareció suficiente y navegó impoluto por tiempos tormentosos de la Argentina en la que todos pagaron precios menos él. Para ello contó además con un voluminoso presupuesto bonaerense que utilizó en su propio beneficio electoral mientras sus escuelas, hospitales y rutas se caían a pedazos.
Pero todo salió mal y la gente, mansa ante sus oscilaciones de ayer, pareció comprender que a ese hombre indescifrable lo único que le importaba era el poder y que ni ahora ni después sería capaz de alguna actitud de honestidad intelectual que fuese en contra de sus objetivos.
Una declaración jurada impresentable fue el primer roce de la roca en la quilla; los desprecios y burlas de la presidente se encargaron de dar los últimos golpes mortales sobre el resto del hasta ayer apacible navío. Y a pocos metros del ansiado puerto…encalló.
Como la estatua del genial Botero que inauguró en esa Mar del Plata que él y su socio local creían escriturada y que le dió una verdadera paliza el último domingo, el hombre sin cara quedó desnudo, tujes al cielo e hinchado de bronca, sorpresa y falta de respuestas.
Y como una paradoja del destino, instalado en un lugar que ya tiene reminiscencias de museo y de exposición. Y sabiendo que salvo un milagro que hoy no se percibe, nunca será puesto en la sala principal.