Semana de Mayo (IV): El manotazo de ahogado de Cisneros

Por Adrián FreijoContados los votos del día anterior, y pese al apabullante triunfo de la postura que proponía deponer a Cisneros, el Cabildo intenta una última maniobra torpe y desesperada.

 

Se votó en la noche del 22 y el 23 por la mañana se realizó el conteo de votos. Por 159 a 67, triunfó la opción que exigía la deposición del virrey. Cuentan las crónicas de la época que, más allá del impacto que le causó tomar nota del fracaso de la maniobra que había pergeñado con Leiva, Lezica y los «hombres destacados» de Buenos Aires, Cisneros se retiró a su residencia dispuesto a aceptar lo que le deparara su suerte. Seguía confiando en que allá en la península habría alguna autoridad constituida que escucharía su ruego y enviaría, tal vez desde el Alto Perú o desde la más cercana Montevideo, la ayuda militar que necesitaba para que todo volviese a la normalidad. O al menos lo que él entendía por ella…

Sin embargo no todos los cabildantes estaban dispuestos a tener semejante paciencia  y ese mismo día, aprovechando que muchos de los vecinos que la noche anterior habían colmado la plaza se mantuvieron festejando el triunfo de la postura revolucionaria hasta la madrugada -ya entonces cualquier acontecimiento habilitaba en esta parte del mundo una trasnochada bien regada y movida- utilizaron las horas siguientes al conteo para «interpretar» la voluntad de los asambleístas y nombrar una junta presidida por al virrey depuesto, algo que resultaría inadmisible para los partidarios del cambio.

Inmediatamente dictaron una comunicación al virrey depuesto y la hicieron llegar a su domicilio. Mientras Buenos Aires dormía la resaca de su noche feliz Cisneros leía la esquela que decía:  «Este Ayuntamiento, siguiendo siempre las ideas de conciliar el respeto de la autoridad con la tranquilidad pública, ha deliberado, como único medio para conseguirlo, el nombrarle a V. E. acompañados en el ejercicio de sus funciones, hasta que convocada la Junta general del virreinato, resuelva lo que juzgue conveniente. Lo que participa a V. E. para su perfecta inteligencia. Dios guarde a V. E. muchos años. Sala Capitular de Buenos Aires mayo 23 de 1810”.

Sin mucho entusiasmo el elegido aceptó el encargo; el argumento de que si bien la mayoría había dispuesto que cesara en el mando, sería conveniente que no fuera separado definitivamente del poder para que la ruptura con la península no fuese tan evidente terminó por convencerlo.

Pero hay que recordar que Baltasar Hidalgo de Cisneros tenía en su poder una información que los demás conjurados desconocían. él se había entrevistado, a sola, con Cornelio Saavedra unas horas antes de enviar las invitaciones al Cabildo Abierto y recordaba las tajantes palabras del jefe militar cuando le informó que sus Patricios no dispararían sobre el pueblo de Buenos Aires. ¿Qué sucedería entonces si, enterados los porteños de la estratagema en marcha, volvían a salir de sus casas y llenaban la plaza exigiendo el cese de la junta presidida por el hombre al que habían votado echar del poder?.

A instancias del elegido los comandantes fueron informados esa misma noche y no emitieron opinión alguna sobre la nueva Junta. Ese silencio sonó a estruendo en los oídos de Cisneros que, resignado y sabiendo que ya nada sería igual, aceptó la propuesta de sus socios monárquicos de reunirse el día 24 para designar a la Junta que él presidiría.

Un verdadero exceso de la imaginación y una total pérdida de tiempo…