Semana de Mayo (V): Cisneros cantó «La luz de un fósforo fue»

Por Adrián FreijoPlasmada la traición de Cisneros y los suyos a lo acordado en el Cabildo Abierto la constitución de la nueva junta no llegó a mantenerse un solo día en el poder. Puebladas y amenazas.

Los viejos cabildantes, por supuesto con la silenciosa anuencia de Cisneros, se dispusieron a dar su golpe contrarrevolucionario nombrando una junta presidida por al virrey depuesto, algo que concretarían el 24 por la mañana y que resultaría inadmisible para los partidarios del cambio.

La junta propuesta se componía, además de Baltazar Hidalgo de Cisneros en la presidencia, por una vocalía integrada por Cornelio Saavedra y Juan José Castelli (criollos) y el párroco de Monserrat, Juan Nepomuceno Solá, y el comerciante José de los Santos Inchaurregui (españoles).

Salvo el primero, por razones obvias, todos en la reunión del 22 habían votado por la destitución de Cisneros y solo Inchaurregui era español, un dato que desvirtúa la creencia histórica de que aquella junta estaba en manos de los europeos. Lo que no es óbice para comprender que, salvo Castelli -cercano a los intelectuales más revolucionarios- y Solá, hombre de la confianza de Manuel Belgrano quien pese a promover la destitución del virrey abogaba por instalar una «monarquía americana» colocando a la cabeza a la Infanta Carlota Joaquina de Borbón, la constitución pretendida representaba una continuidad del orden conservador o, en el mejor de los casos, no interpretaba lo que los conjurados y el pueblo de Buenos Aires querían para aquella hora.

El silencio de Saavedra, que ni siquiera aceptó formalmente su designación, fue preámbulo de lo que se avecinaba.

De inmediato, desde los suburbios porteños cundió el descontento general. Castelli y Saavedra, que no habían sido siquiera consultados, renunciaron a integrar la junta, y Patricios y Arribeños tomaron las armas.

Ese día 24 seguramente al percibir el enojo de la gente y el crecimiento de los sectores más exaltados, se produce  la reacción de Manuel Belgrano, a la sazón mayor del regimiento de Patricios, quien en una reunión de urgencia en casa de Nicolás Rodríguez Peña, juró arrojar por las ventanas al virrey Cisneros si no era apartado de todo cargo.

Textualmente quien dos años después enarbolaría por primera vez la enseña patria a las orillas del Paraná dijo esa tarde: “¡Juro a la patria y a mis compañeros que si a las tres de la tarde del día inmediato el virrey (Cisneros) no hubiese sido derrocado; a fe de caballero, yo lo derribaré con mis armas!” “¡Juro a la patria y a mis compañeros que si a las tres de la tarde del día de mañana el virrey no ha renunciado, lo arrojaremos por las ventanas de la fortaleza!

Apenas unas horas después de su arenga milicias y pueblo se presentaron en la casa de Cisneros y unidos  lograron su renuncia sin que el ahora ex virrey esgrimiese defensa alguna. Más bien quedó en claro que su convencimiento pasaba por el fin de época y su interés por poder vivir en paz en Buenos Aires, gozar de los privilegios de su incipiente fortuna y llegar sin sobresaltos al momento en el que pudiese regresar a España. ¿O aún esperaba esa ayuda militar que nunca llegaría o, al menos, en las condiciones que Cisneros imaginaba?.

Sin embargo en su posterior informe al Consejo de Regencia, intentaría colocarse en un lugar de firmeza y sabia prudencia que en realidad fue mansa aceptación de hechos difíciles de ignorar.

Así recuerda Cisneros sus últimas horas en el poder:  «En aquella misma noche, al celebrarse la primera sesión o acta del Gobierno, se me informó por alguno de los vocales que alguna parte del pueblo no estaba satisfecho con que yo obtuviese el mando de las armas, que pedía mi absoluta separación y que todavía permanecía en el peligro de conmoción, como que en el cuartel de Patricios gritaban descaradamente algunos oficiales y paisanos, y esto era lo que llamaban pueblo, (..). Yo no consentí que el gobierno de las armas se entregase como se solicitaba al teniente coronel de Milicias Urbanas Don Cornelio de Saavedra, arrebatándose de las manos de un general que en todo tiempo las habría conservado y defendido con honor y quien V.M las había confiado como su virrey y capitán general de estas provincias, y antes de condescender con semejante pretensión, convine con todos los vocales en renunciar los empleos y que el cabildo proveyese de gobierno.»

Sea como fuese su suerte estaba echada y su intento continuista había durado menos que la luz de un fósforo.

El sol del 25 iba asomando…