Sergio “Oveja” Hernández, salud mental y presión por ganar: el Lado B de una celebridad del deporte

El respetado y multicampeón exentrenador de la selección argentina de básquet, Sergio «Oveja» Hernández,  habló de su experiencia como coach en otros países, un periplo por España, Brasil y Puerto Rico, en períodos cortos en diferentes épocas que no siempre estuvieron vinculados con el éxito y que tuvieron un particular impacto a nivel emocional.

Por Florencia Cordero

Después de ser campeón de la Liga Nacional dos veces con Estudiantes de Olavarría, tuvo su primera salida al exterior en 2002 para dirigir en la segunda división del básquet español. “Cuando despega el avión, yo digo: ´¿Qué estoy haciendo?, ¿a dónde estoy yendo?, ¿por qué me estoy yendo?, ¿de qué me estoy yendo?´”, contó Sergio Hernández sobre sus primeras sensaciones al dejar el país en soledad tras despedirse de sus hijos mellizos de 8 años en la misma madrugada de Navidad después de brindar en familia.

Su brillante paso por la selección argentina con la camada de la Generación Dorada desde 2006 lo posicionó definitivamente en un sitial de privilegio como coach con la obtención de la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Beijing 2008 como punto más alto. A la par de los torneos internacionales con el conjunto nacional, se daba la inigualable dinastía ganadora de Peñarol de Mar del Plata, tricampeón de la Liga Nacional y dos veces campeón de América entre 2007 y 2013.

Dirigir en Brasil después de ganar tanto fue un desafío que arrojó buenos resultados deportivos pero “Oveja” nunca se sintió como en casa. En ocho meses de trabajo viajó tres veces a Argentina para recargar las pilas con amigos y familia, aunque sea para estar menos de 48 horas en el país y volver a Brasilia.

Recién en 2020 llegaría otra chance de dirigir a un club en el exterior después de su segundo período al frente de la selección con momentos que quedarán marcados a fuego como aquel Preolímpico de México 2015 con una épica clasificación a Río 2016, la medalla de oro en los Panamericanos de Lima 2019 y, ese mismo año, un consagratorio subcampeonato en el Mundial de China, un torneo que le dio aún más popularidad para llegar a la gente con esa famosa frase que tanto resonó: “No perdimos la medalla de oro, ganamos la medalla de plata”.

Pero la enorme oportunidad de volver a España, donde se juega el mejor básquet del mundo FIBA, llegó en plena pandemia, con restricciones, canchas vacías, soledad y un inevitable impacto en la salud mental. Casademont Zaragoza, donde se había consagrado nada menos que León Najnudel, contrató a Sergio Hernández que llegaba avalado por todos sus pergaminos. Sin embargo, el particular escenario que se dio en medio del Covid conspiró contra lo que parecía ser el mejor lugar para instalarse en el exterior como entrenador. No lo resistió y dejó el equipo antes del cierre de temporada.

En 2022 llegó una oferta de Puerto Rico, un país de básquet con una Liga Profesional más corta que tentó al coach para intentar exorcizar esos pensamientos negativos que aparecieron en España, donde ya le empezaba a costar el hecho de lidiar con las derrotas. Pero volvieron los fantasmas y el consagrado coach dio un paso al costado en 2023 para ocupar otras funciones de asesoramiento dentro de la misma organización deportiva de Leones de Ponce.

De hecho, permanecer en el equipo y tomar distancia del exigente rol de Head Coach le dio la chance de oxigenar su mente para cambiar su perspectiva y permitirse retornar a Puerto Rico como entrenador la próxima temporada que comenzará en abril. Y lo hace después de sufrir un episodio extremo de salud que lo mantuvo hospitalizado en condiciones muy particulares en Panamá, donde casi se desata una peritonitis en plena escala de su vuelo de regreso a Buenos Aires.

Antes de partir a tierras boricuas para iniciar su 2024 laboral, Sergio Santos Hernández hizo una retrospectiva sobre su vida como argentino en el exterior en una charla que revela el costado más vulnerable de un hombre del deporte con rango de celebridad deportiva que a veces se mide por cantidad de títulos y que en realidad es simplemente una persona que vive, sufre y siente como cualquier otra.

-¿Cómo fue la primera vez que saliste al mundo?

-Era mi sexto año en Estudiantes de Olavarría y tenía arreglado que si salía alguna oportunidad afuera la podía tomar. Estaba almorzando con mi representante y le suena el teléfono con un llamado de un equipo de España que me quería contratar. Era un lunes y yo tenía que estar el viernes dirigiendo allá. Cené la noche de Nochebuena en Bahía Blanca con toda mi familia. Los “melli” tenían ocho años. A las 3 de la mañana agarré el auto, me fui a Olavarría, donde tenía toda mi ropa, y un amigo me llevó hasta Ezeiza. Hasta ahí era toda adrenalina, todo entusiasmo, todo ilusión. Clase Ejecutiva, súper cómodo, muy cheto todo y cuando despega el avión yo digo: “¿Qué estoy haciendo?, ¿a dónde estoy yendo?, ¿por qué me estoy yendo?, ¿de qué me estoy yendo?”.

-Era un momento deportivo excelente en Argentina con títulos, éxito y gloria en Estudiantes…

-Estaba super cómodo, mis hijos chiquitos, sin presión ese año, la gente a mí me amaba en Olavarría. Y además iba a dirigir la segunda división. Tampoco iba a dirigir al Real Madrid. Pero cuando despega el avión yo me doy cuenta que había subestimado lo que es irse afuera y lo comprobé cuando llegué. Fueron muy duros los primeros dos meses.

Muy duros. Y me sigue pasando cada vez que voy afuera. Me cuesta mucho. Creo que les pasa a todos. Ni hablar aquellos que se van obligados. Ese destierro es 100 veces más difícil.

-Usar la palabra destierro habla a las claras de todo lo que te costó ese momento…

-Si, pero al mismo tiempo es una experiencia fascinante y que te hace crecer porque después aprendés a convivir y a disfrutar de nuevas culturas. Nos fue muy bien en lo deportivo. Llegamos al quinto partido y se nos escapó con Murcia que fue el equipo que ascendió. Fue una experiencia hermosa pero muy dura como todas cuando te vas fuera del país. Si no hubiese tenido los “melli” tan chiquitos, a lo mejor hubiese sido otra historia y hubiese llevado más fácil estar lejos de mis hijos de ocho años en ese momento. Era demasiado fuerte para mí

-Si hubieras tenido la chance, ¿te hubieras quedado a vivir a Europa o apenas apareció lo de Boca elegiste quedarte en Argentina?

-Yo siempre estuve dispuesto, pero me gustan los procesos más largos. Me siento cómodo si puedo instalarme en un lugar y poder crear mi propia cultura de trabajo y mi estilo de juego, mi idea, no solo con mis jugadores sino con la gente, que el público se identifique, la prensa, que todos hablemos el mismo idioma porque me parece que ese es el verdadero éxito. No hubiese tenido problema de quedarme afuera si encontraba el lugar, pero Cantabria no lo era. Estábamos en caminos diferentes.

-Después llegó toda la etapa exitosa de la selección argentina y de Peñarol casi en simultáneo desde 2005 y recién aparece la chance de ir UniCEUB de Brasil en 2013…

-En Brasil fuimos campeones sudamericanos. Ese equipo la rompió durante todo el año, con una serie regular tremenda, y ganamos la Liga Sudamericana. O sea que ahí en lo deportivo había sido casi excelente, pero también me costó porque siempre que me fui afuera, me fui solo. Cuando vos estás fuera del país, sobre todo si estás solo, el resultado de cada fin de semana se convierte en tu único compañero y eso no es sano.

Estás solo, sin tu familia, sin tus amigos. Por más país hermano que sea como el brasilero o el español, son otras culturas, hay otras historias y todo el mundo el día libre tiene algo que hacer con su familia. Por más que te inviten no es lo mismo entonces todo se hace como más dificultoso. Además, sos el extranjero, sos el tipo que supuestamente llevaron para que le des un upgrade al equipo.

Y vos sentís esa presión de tener que devolver eso, pero a la vez no tenés esa red de contención que es tu familia, tus amigos, tus costumbres o tu comida. Me fue bien, pero en ocho meses me tomé tres aviones que había directo Brasilia-Buenos Aires para estar a veces ni 48 horas en Argentina como para tomar aire otra vez y volver.

-En 2015 empezó el segundo proceso con la selección argentina siempre con logros importantes y recién en 2020 una chance importante en el exterior…

-Zaragoza es diferente porque voy en pleno Covid, pero Covid rabioso. Por lo tanto, se agravaba el tema y también iba a reemplazar a un entrenador y yo necesito tiempo para armar algo que tenga que ver con mi idea. No podía viajar nadie, no podían viajar mis hijos, ni mi pareja en ese momento. Estaba en pareja con Noel Barrionuevo y ella estaba con Las Leonas concentrada porque todos teníamos los Juegos Olímpicos de Tokio por delante. Para darte una idea, llegás con barbijo, bares y restaurantes cerrados. Te dicen: “Esta es tu casa, mañana jugamos, hay que ganar porque jugamos de local y el equipo viene mal”. Y perdemos por uno en la última pelota. Ahí arranca tu estadía. Jugar a cancha vacía, sin gente, no poder tener reuniones sociales. Ahí se suma algo que me pasó por primera vez en mi carrera que es sentir la presión desgastante del resultado. Y eso que el equipo ganó más partidos de los que perdió. No era un problema deportivo, pero se sumaron un montón de cosas: el Covid, que mi familia aunque quisiera no podía ir, el estrés de la competencia. Algo que a mí me apareció como una cosa muy molesta.

Por eso me encargo de hacerlo público. A esta altura de mi carrera entiendo que muchos entrenadores jóvenes o deportistas jóvenes me tienen como referente y mi palabra les significa mucho. No quiero ser hipócrita con ellos. Quiero contarles la verdad porque sé que a muchos les pasa y pueden pensar que no sirven para esto. A mí me pasó con 30 años de carrera. Esto le pasa a todo el mundo. Y me volví un mes antes de que termine la competencia. Dejé el equipo. Nadie entendía mucho qué estaba pasando. Es que ya quería volver a mi zona de confort.

-Hemos hablado de la primera vez en España con algunas complicaciones, en Brasil aún ganando siempre con ganas de volver, de Zaragoza te fuiste antes y de Puerto Rico también. Llegaste a Puerto Rico en 2022, donde ahora vas a volver casi a tono de revancha, y te empezó a pesar otra vez el hecho de no ganar…

-Puerto Rico no tiene mucho que ver con estar fuera del país sino que tiene que ver con esta continuidad de lo que me venía pasando en Zaragoza. Yo pensaba que ya estaba superada la situación y que había pasado porque teníamos el Juego Olímpico en el medio. Con la selección no me pasaban esas cosas. Y eso que Puerto Rico es un lugar en el que me encanta estar, la paso bien, es una isla muy simpática, el Caribe, el básquet es el deporte número uno. No me parece un lugar extraño.

En la calle se habla nuestro idioma. Lo que me pasó en Puerto Rico tuvo que más que ver con este estrés por performance que no es por vivir afuera. Creo que lo que me pasó en Puerto Rico me hubiese pasado en Villa Mitre de Bahía Blanca, a la vuelta de la casa de mis papás donde yo nací. En Puerto Rico soy una leyenda, me saco fotos con todos… pero ver que mi equipo no jugaba bien y que no podíamos ganar me generó una situación angustiosa casi imposible de controlar. Y preferí decirle a los dueños: “Hasta acá llegué”.

Y ellos me contestaron: “No importa, que dirija otro. Quedate con nosotros como asesor. Te
necesitamos para consultarte, para un montón de cosas y para que estés cerca del equipo”. Y eso me ayudó muchísimo porque empecé a ver cosas con claridad que yo no estaba viendo porque tenía la mente nublada. Para mí, la hora del juego era el infierno o El Edén. O sea, no había término medio. Todo lo que pasaba en la cancha era cosa de vida o muerte. Y cuando dejé de ser el entrenador, ya sin esa presión pero aún formando parte de la franquicia, no me pasaba nada de eso. Veía limpio todo, yo veía todo claro ganando o perdiendo.

No veía la tristeza de la gente porque el equipo no ganaba, veía la  alegría de aquel que estaba en la cancha, puteando o disfrutando tomándose una cerveza, festejando o agarrándose la cabeza porque éramos un desastre. Hasta al que estaba enojado porque perdíamos lo veía como una parte linda de la cosa. Porque así somos como hinchas. Como coach del equipo yo no estaba bien. No podía liderar a través de mi negativismo, de mi pesimismo, de ver todo negro. Dirigí 30 años y no me
pasó nunca. Me sirvió poder observar desde afuera. Ya lo vengo trabajando desde hace un tiempo este tema y supongo que es una etapa superada.

-Y ahora tomaste coraje y te rearmaste para intentarlo de nuevo como entrenador en Puerto Rico…

-Yo soy entrenador, no soy gerente, ni asesor. No digo que no lo pueda hacer en otro momento, pero hoy soy entrenador y necesito dirigir. Lo que a mí me apasiona, lo que a mí me gusta, es la docencia, poder tomar ese desafío de convertir un grupo de personas en un equipo. Me siento preparado y me siento bien. Sé que estoy en otro momento porque las cosas no duran para siempre. De hecho, tengo 60 años y esto me pasó ahora.

Pero está bueno que uno pueda también hablar estas cosas porque si no siempre se cuentan las batallitas ganadas. Creo que nosotros no somos lo que hacemos, somos lo que somos. Yo no soy entrenador de básquet, yo trabajo de entrenador de básquet. Por lo tanto, soy una persona que trabaja y como persona me pueden pasar cosas. Y esas cosas a veces las trasladás a tu trabajo, a tu actividad, a tu pareja o a tu vida. Entonces yo tengo que trabajar mi persona.

Tengo que estar bien yo y, si estoy bien yo, después lo demás va a ir bien. Estoy en esa búsqueda de estar bien. A lo mejor en mi etapa anterior de Puerto Rico no estaba en paz conmigo mismo. Ni en Zaragoza, ni en Brasil. Por eso quiero ser honesto con esa gente que me sigue porque también eso ayuda, no solo la parte de las medallas colgadas en el pecho.