Muchos dirigentes del peronismo comienzan a marcar diferencias con el tiempo que pasó y por eso son tildados de «panqueques». Ello no es así pero debe ser motivo de profunda reflexión en el PJ.
Gran parte de éxito o el fracaso del nuevo gobierno dependerá de la actitud que tome el peronismo en el tiempo que viene. La necesidad de contar con apoyo parlamentario para muchas de las leyes que serán fundamentales en el armado del andamiaje que pretende Mauricio Macri lo ponen en condición de rehén de un partido que ha demostrado en las últimas décadas mucha más capacidad destructiva que constructiva.
Del peronismo fue víctima Raúl Alfonsín, pero también lo fue en su última etapa Carlos Saúl Menem quien se quejaba amargamente de que Duhalde tenía «la suma del poder público» y le trababa todas las acciones de gobierno que intentaba para enderezar un barco que se iba a pique.
Ni que decir de Fernando de la Rúa, que asumió el gobierno del país con su sentencia de muerte firmada y tuvo que enfrentar -con escasa capacidad por cierto- todas las maniobras desestabilizadoras que desde las provincias peronistas se manejaban contra él.
Sin embargo, y mientras la sociedad no decida otra cosa con su voto, el justicialismo es la principal fuerza política argentina y tiene por ahora la capacidad de resolver a quien le va bien y a quien le va mal.
Pero ocurre que dentro del movimiento fundado por Juan Perón deberá producirse un fuerte debate para resolver no tan solo el papel inmediato que jugará, sino para encontrar una identidad democrática que le permita ajustarse a las exigencias sociales de este tiempo. Si pretende tan solo acumular poder, seguramente continuará como hasta ahora.
Pero si la intención es convertir un fenómeno tan aluvional como débil -todos su «líderes» en esta etapa democrática han sido estrellas fugaces que por tan solo un instante se creyeron el Dios Sol- en una fuerza moderna, representante de una idea y con una institucionalidad que le permita mantener fuerza y unidad, tendrá que cambiar las reglas de juego internas, elegir el cuadrante en el que quiera ubicarse y apostar a volver a ser aquel movimiento capaz de modificar el escenario con propuestas y acciones orientadas hacia ello.
Muchos de quienes hoy son señalados como «panqueques» han sido en realidad víctimas de esa debilidad estructural del peronismo de caudillejos.
Tal vez en lugar de estigmatizarlos o descalificarlos haya llegado el momento de sostenerlos en la nada sencilla tarea de barrer con una etapa de ideologismo forzado que no fue otra cosa que la explosión del peor de los personalismos.
O el peronismo cambia, de la mano de quienes supieron tomar distancia de la obsecuencia, o no solo su continuidad sino la de todo el andamiaje democrático estará en peligro.
No parece entonces el momento de tirar a nadie por la ventana…