Se cerraba la fase de grupos en Sevilla. A Argentina, ya clasificada, le tocaba jugar en último turno ante Grecia en el Mundial de Básquet. Se sabía que el partido iba a terminar tarde, después de la medianoche, y seguramente ya no iban a pasar los colectivos que habitualmente me trasladaban al hotel después de cada jornada. Gracias a eso, conocí esta gran historia.
Salí del estadio a las corridas, con la nostalgia que viene siempre en el momento de despedir una de las sedes del Mundial, y comprobé que el transporte público ya no funcionaba. Esperé varios minutos y opté por parar un taxi. Todavía tenía en mente que tenía que cenar, hacer la valija, terminar de editar material y estar lista a primera hora de la mañana para salir en tren hacia Madrid casi sin dormir.
Con mi cabeza llena de pensamientos, abrí la puerta del taxi y experimenté una inexplicable sensación que me hizo sentir que estaba entrando a un mundo de fantasía. El interior del auto estaba literalmente empapelado con muñequitos, personajes de cuentos infantiles de los más variados, stickers de peces sonrientes, casitas, mariposas, ositos, corazones y un colorido mágico envolvente.
Ante mi cara de sorpresa, el taxista me dijo con una sonrisa: «Buenas noches». Y yo, sin decirle a donde llevarme, le pedí que por favor me contara la historia del taxi plotteado. Rafael, el conductor me contó que su proyecto se llama «Taxi solidario» que transporta gratuitamente niños enfermos de Andalucía. Y narró con lujo de detalles la ilusión que les genera a los pequeños pasajeros pasear un rato en un transporte de ensueño.
El taxi me dejó en la puerta del hotel, pero yo no quería bajar… Quería saber más de su historia. Ese viaje de 10 minutos cambió todos mis pensamientos de esa noche. Rafa vive de su trabajo de taxista, pero solo por ver la sonrisa de esos niños, él los traslada al hospital gratuitamente en un taxi salido de un mundo de cuentos… Y pensar que yo estaba preocupada porque iba a tener pocas horas para dormir…