Redacción – Ni el anunciado aporte del estado para pago de sueldos ni la liquidación del Ingreso Familiar de Emergencia tienen hoy fecha ni reglas claras de aplicación. No hay plata para afrontarlos.
Envalentonado por la buena repercusión de las primeras medidas de apoyo a los sectores más débiles -bono a los jubilados, a las AUH, congelamiento de tarifas e impuestos, etc- el gobierno redobló la apuesta y lanzó la asistencia de $ 10.000 para 3.600.000 trabajadores informales, monotributistas de las categorías A y B y beneficiarios de asignaciones sociales.
Y fue más allá: ante la dificultad de las pequeñas y medianas empresas de afrontar sus nóminas salariales, como producto del parate generado por el aislamiento obligatorio, aseguró que aportaría los fondos necesarios para cumplir con ese compromiso y así evitar despidos y suspensiones.
Nada de esto ha ocurrido: ni el alivio económico llegó para las pymes y ahora la ANSES anuncia la postergación del inicio del pago del IFE que además no llegará a los 11 millones de inscriptos. Ingresar en la página del organismo para conocer el resultado de la odisea de ser elegido se ha convertido en un verdadero imposible.
¿Qué es lo que pasó?; muy sencillo…no hay plata para cumplir con ambos compromisos.
En el contexto de una recaudación fiscal nula, con las reservas al rojo vivo y la emisión monetaria disparada hasta la fecha por arriba de los dos puntos del PBI, echar mano a la maquinita supone un suicidio inflacionario a corto plazo. Nadie en el equipo económico, y menos en la AFIP desde cada noticia que llega es peor a la anterior, augura una recuperación rápida de la actividad y todos visualizan un escenario de caída del Producto Bruto por encima del 7% -los más pesimistas hablan de un 12,5% de retroceso- lo que representa un escenario de estrechez fiscal casi lindante con la desesperación.
Todos los ojos se concentran en los despachos de Marcó del Pont (AFIP), Vanoli (ANSES) y Pesce (BCRA) pero las respuestas que desde allí llegan no tranquilizan a nadie…
A eso se refería el presidente cuando sostuvo en las últimas horas que no estaba pensando en un punto más o un punto menos del PBI. Debe resolver si pese a todo avanza con la emisión descontrolada par cumplir con sus anuncios, sin garantía alguna de que en un mes más esa ayuda vuelva a ser fundamental, o acepta el consejo de los economistas más duros que suele consultar y que le aconsejan cerrar primero la negociación con los acreedores externos para recién después avanzar en el pago de estos aportes sociales extraordinarios.
«Cuanto más tiempo de gracia se consiga en la refinanciación con los acreedores externos más lo habrá para absorber prolijamente el exceso de emisión que pongamos en el mercado» sostienen.
Mientras tanto el ala política -y sobre todo los gobernadores, los intendentes del conurbano y sus pares de las grandes ciudades del interior- lo apuran al presidente a cumplir con ambas promesas: sueldos y asistencia. Sueñan con un tibio resurgir del consumo que sirva para llevar alivio a la sociedad y acercar algunos fondos a las vacías arcas de sus estados.
Todo se demora, todo se complica y todo se burocratiza. Porque la plata no está y entonces todo vale para ganar un tiempo precioso que nadie se anima a mensurar en cuanto será suficiente.
Pero nadie duda a la hora de afirmar que no será eterno…