Por Adrián Freijo – Como en la sobremesa familiar del Domingo de Pascua el gobierno ve llegado el momento de romper el envoltorio dulce y ver que es lo que encuentra en su interior.
Es muy difícil ordenar la relación entre gobernantes y gobernados cuando estos han perdido la confianza en quienes dirigen. Así todas las decisiones son puestas bajo la lupa, cuestionadas y en muchos casos seleccionadas y separadas entre aquellas a las que se dará cumplimiento y las que serán ignoradas aunque lleguen con forma de decreto, ley o lo que fuese.
Argentina se ha convertido en una sociedad anómica. Las falta de respeto a las normas deviene no de un conglomerado ciudadano perverso sino de la sensación que la gente tiene acerca de la ineptitud y hasta la perversión de los que mandan.
¿Por qué habría de cumplir con lo que me pide u ordena alguien que solo ha sabido arrastrarme al fracaso?, parece preguntarse cada argentino frente a las cuestiones de más diverso orden.
Todos percibimos que las libertades de esta Semana Santa, con miles de personas transitando por las rutas, poblando los centros turísticos, sin respetar en lo más mínimo las condiciones lógicas de una distancia sanitaria, están vinculadas al temor de las autoridades a imponer limitaciones que hubiesen despertado la furia popular.
Y ello va mucho más allá del año electoral y sus ya previsibles especulaciones: tiene que ver con esa sensación de constante improvisación que, desde el inicio mismo de la pandemia, ha marcado el accionar de un gobierno que comenzó aconsejando tomar un té caliente porque el calor mataba al virus y terminó encerrándonos durante siete meses sin lograr nunca explicar porque en Argentina el aislamiento era tanto más largo que en otras partes del mundo.
Y tal vez las cosas no se hayan hecho peor que en países supuestamente más desarrollados y con mayor disciplina social. En todos lados la sensación de estar trabajando sobre prueba y error fue una constante que pocas naciones pudieron evitar.
Pero es que el quiebre entre una parte demasiado voluminosa de la sociedad y sus autoridades era aquí ya muy notoria antes de comenzar con este drama. Y la grieta alimentada, más los errores oficiales, sumados a la aparición -cuando no- de hechos de corrupción como los ocurridos con los vacunatorios vip terminaron por lograr un malhumor social como pocas veces antes habíamos visto por estos lares.
Pero la Pascua marca el fin de la Semana Santa, los números de los contagios, y sobre todo la velocidad de la multiplicación de los mismos, parecen augurar que lo que viene será peor de lo que pasó y las libertades permitidas durante el feriado van a pasar factura. Y frente a esto el gobierno, en todas sus jurisdicciones y niveles, deberá tomar urgentes medidas para evitar que un colapso del sistema sanitario termine generando una catástrofe que potencie el enojo público y de paso a una situación de inestabilidad e histeria descontrolada.
Hasta aquí hemos visto fiestas clandestinas sin control alguno, encuentros en bares y discotecas a cara descubierta, bailes populares organizados como si nada pasase…y apenas algunos atisbos de represión estatal que no iban más allá de lo formal y figurativo. Si hasta se multiplicaron los casos de este tipo de encuentros organizados al calor de instituciones oficiales y presencia de autoridades.
Pero el lunes habrá que tomar medidas, romper los huevos tradicionales y observar detenidamente lo que hay adentro. ¿Podrán los responsables ir más allá de lo formal, abandonar las pequeñas especulaciones y convencer a los argentinos de que la Pascua terminó y con ella la vacación y el descontrol?.
Veremos…