El intendente Guillermo Montenegro se reconoce como un hombre del rugby. Y así cono disfruta de resaltar los valores de ese deporte también debe aceptar los desafíos: jugar un test match.
Un test match es un término usado en el rugby para designar un partido internacional jugado entre dos selecciones importantes y que requiere ser reconocido como tal por alguna de las federaciones de los equipos que se enfrentan. No es un amistoso…su resultado tendrá relación directa con el puntaje que cada equipo pueda sumar para ascender o descender en el ránking de las naciones.
Guillermo Montenegro se define con orgullo como un hombre del rugby. Parte de una generación deportiva que nada tenía que ver con la violencia y los abusos que hoy son motivo permanente de escándalo, el intendente rescata los valores de caballerosidad, honestidad, apego a las reglas y respeto al adversario que impone el espíritu -mucho más que las reglas- del deporte nacido en Inglaterra, en la ciudad cuyo nombre asumió para siempre.
Pero no solo es caballerosidad: el hambre de triunfo hace que el jugador de rugby busque la victoria con tesón, aportando hasta la última gota de su esfuerzo y con la convicción de que lograrlo dará sentido a su presencia en esta contienda en la que la técnica, el coraje y la fuerza se conjugan para transitar un partido rescatando el cuerpo de una fricción constante y al cerebro para ponerlo al servicio de la estrategia.
Hay que ganar…el éxito de los colores es también parte de la razón de ser del deportista.
Hoy los marplatenses le pedimos al jede comuna que juegue el test match más importante de la historia contemporánea de la ciudad y que, por motivos que oscilan entre la corrupción, la poquedad y el temor, no se atrevieron a jugar sus antecesores: el que lo enfrentará, con el acompañamiento de la «hinchada» ciudadana, con los empresarios del transporte urbano de pasajeros.
En esa tribuna que lo alentará durante todo el partido estarán personas que han sido atropelladas, burladas, engañadas y sometidas a una servidumbre formal ante la entente histórica entre el poder municipal y los transportistas. Aquellos que pagan el servicio más caro de la provincia mientras se le ríen en la cara quienes cobran por frecuencias que no cumplen, brindan un servicio lamentable y reciben subsidios del estado -pagados con el dinero de sus propios rehenes- por unidades que no circulan, choferes que no existen y kilómetros que no se recorren.
Si Montenegro se anima a jugar este partido ascenderá en el ránking de la consideración pública mucho más de lo que pudo haber imaginado en el más optimista de sus cálculos. Porque esa ubicación lo llevará al pedestal de ese monumento que se llama historia.
En plena crisis sanitaria los transportistas osan someter a toda la ciudad a un paro salvaje que ya lleva muchos días y ahora se pretende ahondar. Acostumbrados a los chantajes, la violencia, la mentira, la utilización de barras bravas para apretar a quienes se animan a enfrentarlos, al tráfico de estupefacientes como moneda de pago de sus trapisondas y al dinero fácil deslizado bajo los despachos oficiales desde hace décadas, siguen pensando que todo es posible y que apretando a la sociedad lograrán hacer que sus gobernantes se arrodillen.
Tiene el intendente todos los elementos legales para terminar con estas concesiones y con la vergüenza a la que nos someten. Y si no lo hace tendrá que aceptar, sea o no verdad, que la ciudadanía lo sume a la larga lista de sospechosos que desde antaño se engrosa con quienes no pudieron, no supieron o no quisieron.
La federación «del hombre común» reconoce como test match esta pelea, la pelota está en tres cuartos de cancha… el intendente puede patear al touch o a los palos.
De él depende…