Un cambio de era que es oportunidad para Mar del Plata

Por Adrián Freijo Si se mira con simplicidad lo que ocurre en la ciudad, el pesimismo es la respuesta. Pero pasan cosas, en superficie y ocultas, que indican el fin de una era. Aprovechemos.

El hombre y los dinosaurios convivieron un tiempo sobre la Tierra. Y esos años, marcados por la extinción de las grandes bestias, representaron para aquel una oportunidad que supo aprovechar y que le permitió una vigencia que aún hoy es notable.

Seguramente para los habitantes de planeta durante aquellos años, ver a estos mastodontes luchando por la supervivencia haya sido una escena que llenaba de temor y de acechanzas. ¿Cómo poder avanzar en un mundo signado por esa violencia destructiva?. ¿Habría alguna forma de parar el combate perpetuo y permitir una convivencia entre mastodontes y seres humanos en un entorno de paz y tranquilidad?.

Con el tiempo entendería que aquella extinción fue lo mejor que pudo haberle pasado y que la desaparición de las ávidas fieras ayudó a generar un espacio nuevo que, aún lleno de acechanzas a las que  el ser humano agregaría las desviaciones y violencias propias de su especie, comenzó a ser dominable, predecible y por fin habitable.

Mar del Plata asiste hoy al fragor de lo viejo. Pelean vetustos personajes del poder que no comprenden, ni lo harán, que son resabios de un tiempo que ya se fue. Creen que sus entuertos son importantes y se niegan a tomar conciencia de ser parte de una historia que los tuvo, a ellos y a sus miradas, como protagonistas de un film que a partir de los resultados solo puede ser calificado como Clase B.

Se revuele en estertores un sistema productivo anacrónico, rescatado de su tumba tan solo para proteger los intereses de aquellos que lo instalaron y que ya no tiene estructura ni capacidad para aportar algo al conjunto.

La sociedad se mira, de reojo y con desconfianza, entre los que exigen una manera nueva de encarar las cosas y los necesitados de toda necesidad que en su desesperación se convierten en ciegos funcionales; no se puede pedir que miren el futuro del conjunto cuando el propio se limita a las próximas horas.

Pero debajo de esa polvareda y del estruendo de los dinosaurios que se alejan de estas costas, aparece una juventud que aún en un porcentaje que todos desearíamos superior, entiende el mundo que viene, comienza a manejar sus propios códigos y mira al resto del planeta como tierra de oportunidades. Y que ya no está dispuesta, ni quiere ni sabe, detenerse.

Dejemos entonces a los viejos dinosaurios morderse, gritarse, empujarse…y extinguirse. Cuando sean parte de la historia habrá tiempo de juzgar cuanto de bueno o de malo aportaron a la era que se termina.

Pero no nos desesperancemos; nace un nuevo tiempo, con nuevas reglas y nuevos protagonistas. Y allí debe estar Mar del Plata para aprovecharlo…