Quienes ayer nomás compartían proyecto y se juraban amor eterno se enfrentan hoy despiadadamente por no haber acordado lugares en listas electorales o cargos. Solo se trata de mojar la medialuna.
Lo vemos a cada paso, en el país, la provincia o la ciudad. Compañeros entrañables hasta ayer son hoy enconados rivales que no dudan en descalificar y sacar los trapitos al sol de aquellos que apenas hace una horas integraban su mismo espacio a ya quienes juraban amor eterno o se mostraban sonrientes y pidiendo confianza al votante desde coloridos afiches o spots televisivos.
Muchas veces se ha criticado, y vaya si con razón, la inexplicable claudicación moral del presidente de la república que hasta hace muy poco tiempo levantaba su dedo acusador para descalificar a quien hoy lo acompaña en la fórmula y, justo es decirlo, es la única responsable de que Alberto Fernández cuente con la residencia de Olivos para sus entusiastas violaciones de la cuarentena.
Cristina era «mentirosa», «chorra», «autoritaria y antidemocrática», «cómplice de intentar impunidad para los autores del atentado en la sede de la AMIA» y hasta «sospechosa de haber ordenado asesinar al fiscal Alberto Nissman». Todo esto afirmaba el hoy jefe de estado, hasta que una oferta laboral más que halagüeña -ocupar el lugar formal al que la ex presidente temía no poder llegar por el voto popular- lo empujó a un cambio copernicano y, a partir de ese momento, todas fueron flores y elogios para ella.
Pero… ¿es el único?, ¿es justo endilgar a Alberto el carácter de panqueque en un escenario en el que su actitud puede sonar más fuerte por su investidura pero de ninguna manera es un rayo en un día de sol?.
Los liberales, que denostaron a todo el arco opositor, en tiempos en los que creían poder comandar una fuerza con pretensiones, cambiaron las diatribas por elogios cuando creyeron poder lograr un acuerdo con Juntos que les abriese la puerta a una docena de bancas y algunos cargos. Sobrevaluados como estaban terminaron naufragando en el intento y entonces volvieron al agravio, la descalificación y el insulto. Si estás conmigo, sos un santo; de otra forma serás demonio…así de simple.
Pero lo vemos dentro del peronismo -una verdadera bolsa de gatos por estos días a la que cada vez le cuesta más alinear a La Cámpora y a su jefa- con representantes de nota en casi todas las demás fuerzas políticas. Algo que seguramente no hubiese ocurrido si a sus referentes se les hubiese dado la ocasión de mojar la medialuna en el acotado pocillo de los cargos legislativos o en algún escritorio de cualquier repartición, de esas que aseguran tarjetita con escudo y unos buenos morlacos a cambio de exiguo esfuerzo.
¿O no ocurrió también en Mar del Plata?. Seis meses atrás podíamos leer en los diarios loas y promesas de amor eterno de concejales como Carrancio o Lauría hacia el intendente Guillermo Montenegro. Sin embargo, disconformes con los lugares que en las listas partidarias se reservaban para ellos o sus mandantes, terminaron por descubrir perfiles satánicos en el jefe comunal y, cómodamente sentados en la vereda de enfrente, se dedicaron a tirar piedras -votando en contra todo lo que el oficialismo pudiese necesitar para cumplir el mandato recibido- sin importar que con ello complicaban el andar de un gobierno cuyos votantes los habían colocado a ambos en el lugar de privilegio que ocupan desde hace años.
Pero este «hoy soy esto, mañana veremos» no se limita a las descalificaciones, el cambio de rumbo y el borrar con el codo lo que se escribió con la mano: también están los que de un momento a otro descubren que no vivían donde vivían y sin rubor alguno pegan el salto a otro distrito y adquieren nuevos amores y compromisos a los que hasta ayer nomás desconocían.
Y así se hace muy difícil que la gente crea en la necesidad de sostener la democracia como el único modelo de vida institucional para preservar la libertad, la dignidad y la esperanza de poder, algún día, cambiar las cosas.
Un espectáculo obsceno, denigrante y reiterado que va minando la necesaria integración entre gobernantes y gobernados.
Y una realidad que presagia tiempos tormentosos para una república en la que sus dirigentes siempre marchan un paso atrás de las demandas de la sociedad.