Un país para todos (4): cumplir lo acordado como mandato histórico

Por Adrián FreijoEntender el mandato común y obligado de un contrato social y aceptar someternos a él aún en el disenso es el desafío que la historia parece mostrar como imposible.

 

El contrato social es un acuerdo de filosofía política en el que la voluntad general se constituye como principio político fundamental, origen del funcionamiento recto y eficaz del Estado.

Desde esta perspectiva, la voluntad general es expresión de la conciencia moral del hombre, y es anterior, por lo tanto, a cualquier tipo de consenso nacional.

El consenso —la voluntad de todos— no concuerda, en muchas ocasiones con la voluntad general. Esta última, aunque surge de la consulta popular, no es suficiente para afirmar que el ejercicio de la soberanía no llega a ser tal por la cantidad de voluntades expresadas en los votos, sino en la medida en que es expresión de la ley natural, que proviene, como una anticipación moral universal, del corazón purificado del hombre.

No es posible, por tanto, extraer la voluntad general por medio de una técnica política, porque ella es consecuencia de una conversión racional y emocional profunda, que podría no ser interpretada por un resultado electoral.

La manifestación de la voluntad general es la expresión, en último término, de la conciencia moral. Esta libera, eleva moralmente al hombre y está por encima de los avatares de las formas democráticas convirtiendo a su propia razón de ser en la base de los objetivos comunes y los principios inalterables que siempre quedarán fuera de controversia, despojados de las tensiones coyunturales y sosteniendo el contrato social como lo que es: un tratado acerca de la libertad política.

Esto es lo que ha faltado en la Argentina; he aquí el punto de partida de nuestra inestabilidad y de nuestro fracaso.

Y he aquí lo que deberemos resolver si queremos, aún tardíamente, lograr construir un “sistema”  que sea capaz de fijar para todos las reglas claras de lo inalterable, más allá de las cambiantes circunstancias de la vida política y aún institucional.

Para lograrlo deberá ser asumido culturalmente por todas las generaciones.

Las nuevas lo harán desde una educación que tenga como base programática al contrato social; las otras que ya vienen contaminadas deberán encararlo con el verdadero criterio del “contrato” (acuerdo entre partes) aceptando el fracaso como antecedente suficiente para buscar un cambio y aferrándose a la posibilidad de lograr el éxito por un camino que puede no ser el que individualmente hayamos elegido pero que, al menos, nos llevará al remanso de un objetivo común.

El contrato social ha estado desde siempre presente en el análisis de los intelectuales y pensadores que buscaron, por los más diversos caminos, la respuesta a la pregunta fundamental de la era moderna: ¿cómo debe organizarse la sociedad para garantizar el éxito individual y la felicidad común?.

Las circunstancias del mundo actual, con sociedades exitosas y vastos conglomerados humanos sumergidos en la pobreza y la decadencia  podrían servir por sí solas para saber cual es el camino que debe seguirse.

Canadá, Nueva Zelanda, Australia, en menor grado Sudáfrica y aún los ejemplos de la España post-franquista y de la Italia que supo superar con un sólido sistema económico sus propias incoherencias políticas hasta convertirlas en casi anecdóticas, son claros espejos donde deben mirarse las naciones con posibilidades de un desarrollo sustentable y realista.

Y en todas ellas el contrato social está presente como garantía de superación y recordatorio del objetivo común.

Aunque para ello las generaciones más comprometidas con las épocas de fracaso y enfrentamiento hayan tenido que aceptarlo como el fin de sus enfrentamientos y la respuesta única a sus demandas.

Así España enterró su pasado de más de cuatro décadas de dictadura o Sudáfrica pudo resolver lo que hasta pocos años antes parecía el tope y fin de toda posible racionalidad: la lucha racial y la cultura del apartheid.

Tan fuerte ha sido el contrato social y su influencia en la historia de la humanidad que no ha quedado pensador, filósofo o sociólogo de nuestro tiempo que no haya intentado desentrañar –en forma general o aplicada a determinada circunstancia- sus alcances, posibilidades y, en fin, su misma razón de ser.

Lo fundamental es que el hombre conserva en la sociedad constituida mediante contrato, todos los derechos y libertades que disfrutaba en el estado natural, pero garantizados y asegurados por el poder del Estado.

De esta manera concluía en que la soberanía la conserva el pueblo, quien sólo cede a la autoridad determinadas y acotadas funciones políticas.

¿Cómo se construye lo social? He ahí el tema de fondo que debe ser abordado con milimétrica certeza si queremos que un contrato social pueda ver la luz.

De alguna manera, es obvio, el nuevo contrato social del que hablamos no encuentra demasiados puntos de contacto con los descriptos hasta el momento. Pero para poder llegar a diagramarlo  debemos preguntarnos si en la Argentina alguna vez existió y cual fue entonces el motivo de su fracaso.

Porque no somos España y su Moncloa, rodeada de la Europa democrática consolidada y unificada en la actual Unió Europea, ni la Sudáfrica de Nelson Mandela en la que la apabullante mayoría de población negra hacía estéril cualquier debate ni Australia o Nueva Zelanda paradas sobre riquezas similares a las nuestras pero con organizaciones políticas sólidas y aceptadas por toda la comunidad.

Por el contrario, la nuestra es una comunidad al borde del hastío, asustada y escéptica, descreída de su dirigencia y acostumbrada a la anomia propia de un conglomerado que cambia a cada paso las reglas de juego.

Esto -el asumir en el tiempo un nuevo contrato social y saber que no podemos apartarnos de lo allí acordado-será entonces un desafío aún mayor al de resolver el contenido directriz del mismo.

Si no lo logramos nada de lo que hagamos perdurará en el tiempo. Y lograrlo, todos lo sabemos, será todo un estreno para una sociedad que tardó más de medio siglo entre su independencia y su consolidación como nación jurídicamente organizada…para jamás cumplir con lo acordado en su Constitución.

¿Comprende el lector la magnitud del desafío que tenemos por delante?…