La que se inicia, corta por cierto, marca un tiempo de definiciones en el que el gobierno deberá demostrar firmeza para neutralizar a una oposición envalentonada y capacidad de escuchar a la gente.
Terminado el romance y la pasión -que para bien o para mal aturde los sentidos y aviva el entusiasmo que pone a la verdad tras un cristal del cual cada uno elige el color- el gobierno ingresa ahora en un terreno de realidades, en el que el fango del pasado comienza a exigir de quienes conducen la capacidad de sortearlo con inteligencia y no detenerse a mirarlo como un impedimento imposible de resolver.
No es que la gente haya olvidado todo lo que en materia de mentiras, corrupción y desatinos dejó el tiempo del kirchnerismo. pero ocurre que la demora en el accionar de la justicia y esa sensación de impunidad que no ha podido arrancarse de nuestros corazones comienza a hacer mella en la confianza de los ciudadanos.
Si no están presos los responsables del latrocinio, si el «segundo semestre» no llega, si la inflación no se detiene, si asoman en el horizonte nubarrones de una nueva corrupción que rozan peligrosamente la investidura presidencial, si los salarios de la gente corren exhaustos tras una cadena de precios que sigue inalcanzable, si los índices de inseguridad no bajan y la pérdida del trabajo está cada día más presente...¿porqué el humor social debería jugar a favor del gobierno?.
Solo la constancia social convertida en una confianza casi mágica de que algo va a cambiar sostiene a un gobierno que no se caracteriza por atender las angustias comunes y que muchas veces, con la lógica empresaria de sus integrantes, ponen sobre la mesa popular esfuerzos sobrehumanos que en los cálculos tendrán razones y resultados pero en el día a día de los sectores más expuestos se mide en carencias, angustias y enojo. Es claro que a Macri le falta alguien que pueda decirle al oído lo que es no llegar a fin de mes o ver la mesa familiar vacía de lo necesario. Tan claro como que él solo lo conoce por mentas…
Por eso la importancia de esta semana…
Hablemos claro; el peronismo ya camina hacia la recuperación del poder y para ello no duda en poner en marcha sus dos clásicos de la escalada: la ficción de unidad -la foto de Máximo con los principales referentes es toda una postal del «aquí no ha pasado nada»- y la utilización de los gremios como ariete del descontento social.
Este peronismo que reformuló uno de los principales apotegmas de su fundador y que hoy sabe que en la Argentina «el tiempo vence a la organización, a la historia y a la memoria», lanza por estas horas un asalto que supone final y ya imagina otro 2001 en el que este desmemoriado pueblo convoque para la salvación a los mismos que incendiaron su presente.
El «Nerón-Bombero» de la historia argentina está de vuelta y si Macri no entiende que no todo son números y que además es un disparate pretender que los más débiles lleven la carga del esfuerzo, quedará del lado del incendio, como muchos otros que no vieron la realidad.
Y ese inmenso piromaníaco en el que se ha convertido en el dueño de la institucionalidad y la república…volverá como si nada tuviese que ver con la caída.