Dos actitudes del gobierno que demuestran la perversión de la mirada que ha posado sobre la tercera edad. Mentiras de ayer, burlas de hoy y la decisión de no tener en cuenta a la ancianidad.
Tras amagar con no apoyar la reforma previsional enviada por el gobierno, Elisa Carrió sostuvo en diciembre de 2017 que en definitiva la votaría. Para la supuesta dueña de la ética argentina, el nuevo sistema de cálculo iba a producir «sobre fines de 2018» un aumento real del poder adquisitivo de la clase pasiva y que lo que en los primeros meses podía parecer una pérdida era solamente «un pequeño problema».
En igual sentido se expresó el titular de la ANSES Emilio Basavilbaso y hasta el propio Mauricio Macri. Y así lo votaron los diputados y senadores nacionales, repitiendo hasta el cansancio que el cambio sería en el corto plazo para mejorar los haberes jubilatorios. Inclusive a Vicepresidenta Gabriela Michetti aventuró que” los jubilados se llevan la mejor parte de la torta”
Un año después ninguno de ellos ha dado la cara para explicar que el resultado ha sido diametralmente opuesto al anuncio: 17 millones de pasivos han sufrido una pérdida que oscila entre el 7,3% y el 13,2% de su poder de compra.
A esta triste realidad -dada a conocer oficialmente por medio de un casi anónimo comunicado- se le suma la noticia de que los jubilados no recibirán ningún bono compensatorio este fin de año. A la pérdida por un cálculo de actualización perverso debe sumarse entonces la que han sufrido por una inflación desmadrada que la nueva fórmula no contemplaba ni contempla.
Otra muestra de la perversión de una administración que especula con una clase que no está organizada gremialmente, que no puede parar el país y que no está en condiciones de movilizarse. Una clase que no supone un riesgo político como los gremios o las organizaciones sociales que, dicho sea de paso, solo se acuerdan de ella en el discurso pero jamás imaginan una medida de fuerza para apoyarla y reivindicarla.
Los viejos argentinos están bajo fuego; la maldad oficial y la indiferencia sectorial dispuso ponerlos en el paredón para ajustar con ellos los problemas creados por la incapacidad de gestión, la corrupción y los errores de cálculo. Que deberán ser pagados por quienes menos responsabilidad tienen en el triste destino del país...
Triste postal de una Argentina que ya no reconoce techo para su condición de miserable.