(Redacción) –Si algo tuvo el encuentro de mujeres que se llevó a cabo este fin de semana fue diversidad y entusiasmo. En el cierre una marcha que reunió a miles de ellas mostró las diferentes caras.
«Los varones a la cucha», le dijo a este cronista una cuarentona de pretensión adolescente que «custodiaba» la marcha por las calles de la ciudad cuando intentaba fotografiar a esa masa inacabable de mujeres que, entre cantos bombos y consignas, caminaban por la calle 11 de setiembre hacia el centro.
Claro que la postura con respecto al destino del género masculino no era compartido por un centenario grupo que coreaba «está es la marcha de las putas». Eso de ir a buscar clientes que quieran pagar los servicios con un cariñoso ladrido no parecía, en principio, demasiado entusiasmante.
Atrás suyo una voluminosa rubia -de esas que se entiende no lo son por su origen sajón- le contestaba a una joven que le preguntaba que hacer con un grupo de «convencidas» que se querían apartar de la marcha para ir presumiblemente de paseo y le decía«¿no les dí las cañas para contenerlas?…y bueno, dales con la caña».
Un grupo cantaba consignas contra la violencia de género, otro por los derechos lésbicos, otro nada menor pasaba encapuchado gritando consignas amenazantes contra los hombres y hasta algún «vocacional de la circunstancia» se esforzaba por esconder debajo de un grueso maquillaje una incipiente barba que lo marcaba como uno de los que al buen decir de nuestra primera protagonista, «tenía que ir a la cucha».
Todas sin excepción parecían tener al género masculino como un enemigo. Y en ello, seguramente, radica el error de estas posturas a ultranza capaces de disminuir algo tan importante como es respetar y reconocer los derechos humanos y civiles de la mujer en una sociedad que con el tiempo, y no a los cachetazos, deberá dejar su machismo de lado.
Pero siempre fue igual; la recuperación o el reconocimiento de derechos ha sido -desde la Revolución Francesa, motivo de fuertes convulsiones que luego tornan en naturalidad. ¿Alguien puede creer hoy que para cambiar un gobierno hace falta guillotinar al que piensa distinto?.
Aunque seguramente Luis XVI hubiese preferido que lo depositaran en una cucha.