El municipio retira puestos de diarios abandonados que cada vez son más en la ciudad. Resultado de un tiempo que se va y al que seguramente no rendimos el homenaje que se merece.
Languidecen los puestos de diarios. Sus pieles color naranja o amarilla se van cubriendo de herrumbre por el paso de un tiempo que ha colocado en la virtualidad la información, el entretenimiento, las imágenes…todo.
El municipio los remueve de las esquinas, los condena a compartir los depósitos de fierros viejos con otras estructuras que nunca supieron, ni sabrán, del romanticismo de ser ese lugar al que la gente iba a buscar cada mañana el diario para saber y la revista para entender. Y lo que ayer era parada obligada del inicio de una jornada se convierte ahora en molestia para vecinos que seguramente utilizan para denunciarla los mismos dispositivos que los condenaron a muerte…
Y no es que ellos mismos hayan perdido el ritmo de los tiempos que pasan. Nada que ver; supieron iluminarse, calefaccionarse, estilizarse, acomodarse al paso de los años.
Lo que fue muriendo lentamente, y aún en agonía se encamina al estertor final, fue su savia, lo que alimentaba sus entrañas…
Ya nadie lee diarios ni revistas en papel; ya no quedan cultores de esa especial sensualidad que despertaba el olor de lo impreso, la omnipotencia de pasar una página, el derecho de propiedad de llevarlo, a veces por muchas horas, prolijamente plegado debajo del brazo para abrirlo en la casa, la oficina o el asiento de un colectivo.
Envejecieron los habitantes, fueron suplantados por nuevos personajes y…era lógico que abandonaran la vieja casa de chapa.
Pero no parece justo que esa historia secular termine como un tedioso procedimiento administrativo. No lo parece que sea lo mismo arrancar de su lugar un basural, una marquesina o un tinglado que el lugar que supo albergar la voz del «canilla» y el resultado del trabajo de periodistas, ilustradores, correctores, gráficos y pensadores.
Poco a poco todos los puestos irán repechando la cuesta del olvido, y poco a poco se convertirán en un recuerdo del pasado que adosará al inicio de su cita, como siempre ocurre, el nostálgico «¿te acordás de…?».
La historia nos dice que todos los avances sirvieron para mejorar y para incorporar. Y nadie puede dudar que la tecnología está hoy mucho más cerca de todos que la cultura de los diarios, las revistas y los libros que suponían un costo solo accesible para el que podía afrontarlo. Aunque el diario o la revista nos esperase piadoso, popular y cómplice, en la mesa de un bar o en el consultorio de algún profesional.
Pero no dejemos que las casitas naranja que los albergaban se vayan así, sin pena ni gloria y sin que al menos les dediquemos una mueca nostálgica y afectuosa.
Para vos…canilla.
&;