Declaraciones desafortunadas, funcionarios que renuncian a diario, violencia verbal y física contra mujeres; la gestión de Carlos Arroyo es impresentable y ya califica a quienes la integran.
No cabe duda que muchos integrantes del gabinete de Carlos Arroyo deben ser buenas personas y seguramente la mayoría de ellos tiene escala de valores similar a cualquiera de nosotros. Pero ocurre que están voluntariamente integrados a una gestión grosera, insultante y antidemocrática en la que un aprendiz de dictador juega a la omnipotencia mientras a su lado algunos vivos intentan enriquecerse y otros vegetan disfrutando de un salario que en la actividad privada jamás podrían ganar y ni siquiera imaginar.
Lo de Arroyo es irrecuperable. Por soberbia o estupidez hunde cada día un poco más el barco que pusieron bajo su mando y al que ni siquiera ha logrado encontrarle el timón. Ni hablar, por supuesto, de guiarlo a algún puerto seguro.
Con desparpajo habló de un plan secreto, de un gabinete de lujo, de la mejor gestión en la historia de Mar del Plata, de su capacidad para conducir. Y sobre todo tuvo la soberbia de levantar el dedo acusador hacia sus antecesores por utilizar mecanismos financieros que terminaron siendo la única vía de escape de su desteñida gestión.
Le pidieron que se fuera; le ofrecieron una salida elegante después del verano. Hicieron lo posible por ayudarlo, por armarle un equipo de contención, por acercarle fondos para obras y sueldos, con el único límite de su propio e ineficaz manejo.
Le sugirieron que bajase los escandalosos salarios con los que había beneficiado a familiares y amigos, que se acumulaban como telarañas en una administración caracterizada por su inutilidad y últimamente por su venalidad.
Todo fue inútil. Su pérdida de contacto con la realidad lo convenció de que Macri y Vidal eran unos burros, la oposición inexistente y sus propios colaboradores personas que solo debían seguir sus caprichos, contramarchas y aplaudir sus desbarajustes.
Pero ahora ha pasado todos los límites. Lo ocurrido con los familiares de la joven asesinada en Playa Serena y sus definiciones acerca de la violencia de género ponen en evidencia la podredumbre moral y el sustracto autoritario de un personaje menor que le hace a la ciudad un daño mayor. Que ya debe acabar.
La más grave crisis institucional -que se resolverá dentro del marco de la Constitución y las leyes- es un daño menor frente a la irrecuperable crisis moral que representa que miremos para el costado cuando las bases mismas de la convivencia y la honestidad pública son arrasadas por perversos, imbéciles u orates.
No lo merece Mar del Plata y no lo merecemos los que en ella vivimos.
Basta…simplemente basta.
Fotos: Federica Gonzalez y Romina Elvira