LA DECISIÓN DE CONVERTIRSE EN FACCIÓN

Frente a un acontecimiento de la magnitud de la marcha de ayer el gobierno debería tomar nota del estado de ánimo de una parte de la sociedad. Todo indica que optará por no aceptarlo.

Nadie espera que el gobierno renuncie, ni siquiera que se desgarre las vestiduras en público pidiendo perdón. No era ese el sentido de la marcha de ayer y si alguien caminó pensando en semejante cosa seguramente no entendió el sentido de la misma.

Cientos de miles de personas caminando por las calles de la Argentina eran un grito silencioso que, una vez más, trataban de avisarle al gobierno que ahí estaba, que existe, que como cualquier parte de la ciudadanía merecen ser tenidos en cuenta y escuchados.

Cuando un desgastado y desprestigiado Francoise Hollande, que hasta pocas horas antes era presionado por su propio partido para adelantar las elecciones en Francia ante la debacle de su gobierno, se puso al frente de sus conciudadanos para marchar por el brutal atentado de París, supo renacer como el Ave Fénix en la consideración de todo un país que simplemente entendió que ese presidente era también uno de ellos.

Aceptar o rechazar las motivaciones de una manifestación popular es siempre parte del juego de la visión política de cada uno.

Desconocer y negar la presencia de más de un millón de personas en las calles del país es ciertamente una estupidez. Y el gobierno nacional ha demostrado una vez más una dósis de estupidez que realmente preocupa.

Al menos en tres ocasiones anteriores -las jornadas del conflicto agropecuario, la derrota electoral del 2009 y la posterior del 2013- el oficialismo cayó en la consideración pública con la misma fuerza con la que lo está haciendo ahora. Y sus cultores suelen jactarse de la capacidad de reponerse en cada caso.

Sin embargo la visión deberían ponerla en la contracara de su propia jactancia: ¿es lógico dar la espalda en tres ocasiones idénticas a aquellos que son los constructores de esas victorias electorales que le dieron poder?

En los casos anteriores la pobreza de una oposición sin ideas ni liderazgos le permitió al kirchnerismo reponerse de rechazos y derrotas. Pero todo parece indicar que ahora no hay tiempo -en pocas semanas se inicia un cronograma electoral que no se cree vaya a ser muy sencillo para el poder- y que además el gobierno lo sabe.

El acto de Cristina ayer y las declaraciones de Capitanich y Fernández hoy parecen indicar que definitivamente se ha tomado la decisión de abroquelarse en «lo que hay» y dar peles desde el sectarismo. Muy lejos de aquellos sueños «transversales» de Néstor Kirchner y demasiado parecido a la personalidad autoritaria y excluyente de su sucesora.

Y así las cosas se pierde la oportunidad de tender puentes de acercamiento entre los diferentes sectores de una sociedad cada vez más partida, cada vez más enfrentada y en la que el «ellos» y «nosotros» parece encaminarse a ser la única herencia cultural de un gobierno que fue por todo y se empieza a quedar sin nada.

Salvo, claro está, que haya un Plan B en el que quiera avanzarse…sin la gente.