30-10-83: ¿EL SUEÑO SIGUE VIVO?

Aquella jornada representó mucho más que una contienda electoral: era la vuelta a una democracia que los argentinos asumimos como definitiva y que aún no dio las respuestas que buscamos y merecemos.

 

La larga dictadura que padeció el país, y que realmente duró mientras el poder militar se mantuvo como juez y señor de la vida institucional, comenzó a morir aquel 30 de octubre de 1983 cuando, hartos de los fracasos, los cuartelazos y la pérdida de libertades esenciales, los argentinos fuimos a las urnas decididos a que esa vez fuese el comienzo de una nueva era.

El triunfo de Raúl Alfonsín, algo impensado cuando poco tiempo antes el gobierno militar -derrotado en Malvinas pero también fracasado en la economía y expuesto ante la sociedad en toda su oscura realidad de violador sistemático de los derechos humanos- debió escapar por la puerta trasera de la historia convocando a elecciones generales pese a que no había pasado mucho tiempo desde aquella grosera afirmación de que las urnas estaban «bien guardadas», dio por tierra con tanta verdad a medias que habíamos convertido en sentencia. Y es que entre los muchos mitos que comenzaban a estallar en aquel momento estaba el que sostenía que el peronismo era invencible en las urnas.

Tal era la necesidad de libertad de un pueblo y el hartazgo por los iluminismos que pretendían tutelarlo que el discurso encendido y vibrante del líder radical terminó por arrastrar tras de sí a millones de personas que ya no querían pactos, acuerdos y mucho menos impunidades. La verdad que comenzaba a tomar forma tras la exposición de secuestros, torturas y desapariciones las ponía frente a una decisión que, ahora sí, era inquebrantable: nunca más debía volver a repetirse esa historia.

Los mese siguientes, y la primera etapa del gobierno que asumió en diciembre de ese año, fue un despertar de la alegría libertaria, una tiempo de ebullición de las ideas y una imagen nunca repetida de un país dispuesto a encontrar el camino de la institucionalidad, la justicia y la paz.

Todo ello fue cediendo, más rápido de lo pensado, a vicios y carencias que prontamente cambiaron entusiasmo por escepticismo, enojo y abandono de la solidaridad para dar paso al individualismo del sálvese quien pueda.

La ausencia de plan económico, la falta de una mirada común del país que queríamos ser, la errática política en materia de alineamiento internacional, el camino incompleto hacia la justicia que castigara a todos los que habían cruzado la raya de la dignidad humana para imponer sus designios, las interminables peleas internas de los partidos políticos y sus líderes, la creciente corrupción que fue ganando a las instituciones, los estallidos recurrentes que arrastraron la estabilidad y el futuro de los argentinos, la mezquindad para tomar decisiones que cambiaran la realidad y la especulación electoral como única expresión de la política, nos depositaron en este presente de desánimo, de divisiones y de desprecio por lo que debería ser el instrumento a utilizar para torcer un destino de decadencia que hoy parece imparable.

Demasiados errores como para no estar pagando semejante precio…

Pero aquel espíritu del 30 de octubre de 1983 tiene que estar agazapado en algún pliegue de nuestra historia. Tiene que estar vivo y preparado para retomar la centralidad cuando la realidad lo haga posible.

¿Si nació de una etapa negra de nuestra vida institucional, que duró desde 1930 hasta aquel año del triunfo de Alfonsín, porqué no podría resurgir ahora cuando nos acercamos a los cuarenta años de esta democracia fallida?.

En aquellos tiempos fueron los jóvenes, que no habían vivido las épocas de los vaivenes institucionales y las divisiones que quebraron al país, los que levantaron las banderas del nuevo tiempo y llenaron de entusiasmo y esperanza las calles de la Argentina. Tal vez ahora, decepcionados de las respuestas conseguidas y necesitados de recrear la fe en el futuro, sean ellos los que vuelvan a empujarnos hacia la salida.

El país es más pobre, la sociedad está partida, la educación demolida, la economía desquiciada y la grieta más ancha que nunca antes en nuestra historia. Un cóctel siniestro que debería mover al desánimo pero también puede remitirnos a aquella sentencia del maestro Almafuerte cuando nos anunciaba que «¡todos los incurables tienen cura cinco segundos antes de su muerte!».

Y aquel sueño aún no murió…