Arroyo y la democracia: ¿cómo entender lo que no se entiende?

Por Adrián FreijoEl intendente navega un mar de incoherencias. Confunde conceptos, fuerza interpretaciones, trata vanamente de explicar lo inexplicable. No cree en el sistema.

Carlos Arroyo anunció que creará una dependencia especial que tendrá como misión “comprobar sorpresivamente” que el personal esté cumpliendo tareas en su horario y no “llevando a sus hijos a la escuela, a almorzar u otras actividades desconocidas”.

Una simple resolución que sin embargo deja en evidencia la profundidad del problema que afronta el jefe comunal y por consiguiente la ciudad toda. Y es su inocultable falta de convicción democrática y su perfil de tiranuelo bananero que elige siempre estar agazapado, espiando al semejante y esperando el momento para aplicar lo que más disfruta y lo único que entiende: la sanción.

No son pocos los marplatenses que nos preguntamos el sentido real de una organización municipal que escaso servicio le presta a la ciudad y que por muchas razonos, y no todas atendibles, goza de privilegios que van desde el horario, hasta el sistema de licencias y también un salario que supera holgadamente el de miles de ciudadanos que no gozan por cierto de tales prebendas.

Pero no hay que confundir: la planta de trabajadores del municipio está integrada por ciudadanos que gozan de todos los derechos que la Constitución brinda a cada argentino y que por lo tanto tienen que aceptar se controlados en el cumplimiento de su tarea pública pero de ninguna manera espiados solapadamente como si fuesen delincuentes.

“Deberá asegurarse -señala el jefe comunal- con la intervención de los mandos intermedios, que el personal cumpla estrictamente con las horas de trabajo que les abona el erario público”. Una verdadera orden militar, propia de épocas que seguramente Arroyo añora pero que, mal que le pese, han quedado atrás.

Nunca logrará entenderlo el desprestigiado jefe comunal. Lo que aquí planteamos es propio de un sistema que ni comparte ni interpreta y que se llama democracia.

Un sistema que no es épico, sino cotidiano; que se ha creado para administrar la república y no la historia de la Patria; que ha crecido y se ha desarrollado en función de las normas de convivencia y no del control del semejante y que sobre todas las cosas trabaja en la educación por la responsabilidad común y no por el alineamiento jerárquico.

Claro que también es un sistema que debe ser sobrio, honesto, alejado del nepotismo y la mentira y basado en el respeto irrestricto por la dignidad del otro. 

¿Cómo alguien puede pretender que Zorro Uno -el hombre al que la Dictadura convocó para «arreglar semáforos»- lo entienda?