Ya no pasa sólo en las grandes ciudades. Pequeñas localidades como Pila, cerca de Chascomús, salen a la calle reclamando que las autoridades atiendan el drama de la droga.
Acostumbrado a la absoluta paz, el pueblo se cansó de la inseguridad y salió a la calle. La reacción del intendente fue tardía. La droga se instaló en la ciudad y ahora sólo se busca curar. Hubo tiempo para prevenir, pero nunca se reconoció el problema
“Más vale prevenir que curar”, reza el popular refrán. En Pila, una de las localidades más pequeñas de la provincia de Buenos Aires, no lograron efectivizarlo. Al igual que sucede en las grandes ciudades (y no tan grandes), la droga hizo su maldita aparición. De la mano, el aumento de la delincuencia. Y también de la mano, la bronca del pueblo, que en su gran mayoría carga las tintas contra el intendente Gustavo Walker, quien en su momento “no se dedicó a prevenir”, dicen.
La mecha estaba prendida desde hace un buen tiempo, y nadie se animaba a apagarla. O, en realidad, no había voluntad de apagarla. Y un día la bomba explotó. Y el pueblo de Pila, increíblemente, marchó en reclamo de mayor seguridad. Y hasta se animó a cortar la ruta 41. Y fue a protestar a la casa del jefe comunal. Y hasta lo increpó. Hoy, con el diario del lunes, el intendente reconoce el problema. Lamentablemente, es tarde.
“Todos dicen saber quién trae la droga o la vende, pero cuando nosotros solicitamos esa información, nadie dice nada. El otro día, cuando fueron a reclamar al Palacio, no quedó nadie. Había sólo tres personas. La gente puede acercarse y brindar la información de manera informal, sin dar el nombre. La idea es ayudarnos mutuamente, no solamente entre el Poder Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, sino entre la población toda”, señaló Walker ante la prensa.
“Es la forma de ayudarnos entre todos, para que este pueblo, que era muy familiar y sin agresividad, del cual ya no puedo decir lo mismo, porque en este último tiempo no ha sido muy familiar y ha sido muy agresivo, vuelva a la normalidad, a lo que era y a lo que queremos que sea: ese lugar en el que se pueda habitar y vivir tranquilos, sin agredirnos entre nosotros”, agregó el jefe comunal kirchnerista.
Tres o cuatro robos durante la última noche de corso fueron la gota que rebasó el vaso; aunque en octubre se había producido un hecho mucho más violento, en el que dos ancianos fueron, además de robados, maniatados y golpeados.
El pacífico pueblo pilero dijo basta. Y decidió moverse, decidió intentar abrirle los ojos al poder político, que hasta ese entonces no reconocía los problemas. Ni el de la droga, ni el de la inseguridad. De todos modos, ya es tarde.
Los jóvenes de Pila de entre 14 y 18 años no superan los 500 y van todos a la misma (es la única) escuela secundaria. Los que no estudian son menos de 200. Los accesos a Pila son tres: el de la ruta 41, el del camino a Chascomús y el de la ruta 57. Y según cifras del Ministerio de Seguridad hay un policía cada 40 personas. No se podía fallar. La droga no tendría que haber entrado en el pueblo. La delincuencia producto del consumo de droga no tendría que existir, pero existe.