Una nueva agenda en los derechos civiles, un cambio de era con la llegada de un negro a la presidencia de los EEUU, el fin del bloqueo a Cuba y un estilo franco y respetuoso son su herencia personal.
Hace ocho años un mundo tenso y de gesto adusto despedía a George Bush de la presidencia norteamericana. Su tiempo, jalonado por guerras inventadas, atentados aterradores y mentiras descubiertas, terminaba con el telón de fondo de la crisis económica más profunda que recordaba el país desde los tiempos de la Gran Depresión.
En semejante contexto Barack Obama asumió una presidencia que, sabía, iba a estar bajo la mirada atenta de todo el mundo: por primera vez un negro llegaba a la Casa Blanca.
Y como si ello no fuese suficiente desafío, el fuerte lobby financiero de los EEUU presionaba para que el nuevo mandatario le hiciese pagar a la gente la explosión de la burbuja inmobiliaria que irresponsablemente, y con la complicidad de Bush, ellos habían generado.
Fueron años difíciles en los que Obama debió balancearse sobre los dos roles que el país le pedía: ser otro más de los presidentes que mantuviese la hegemonía del país en el mundo y a la vez dar paso a la nueva agenda de derechos civiles que había comenzado a alumbrar durante el tiempo de Clinton y se detuvo abruptamente en los ocho años del mandato conservador de George Bush.
Su mandato estuvo traspasado por otra novedad que seguramente dejará una huella difícil de transitar para las nuevas ocupantes de la Casa Blanca: Michelle Obama poco tardó en ganarse el amor de los norteamericanos, mezclando en dosis equivalentes su papel de esposa, jefa de familia, consejera y mujer moderna capaz de encarar con profundidad y fundamento todo tema que se le planteara. Muchos auguran para ella un futuro político de esplendor dentro del Partido Demócrata y, aunque lo niegue sistemáticamente, el país puede estar frente a un verdadero tándem político con mucho y cercano futuro.
El tiempo echará luz sobre los resultados de la gestión Obama, pero nadie puede negar que el estilo descontracturado, la bonhomía, la falta de cualquier escándalo y la administración de uno de los tiempos más tormentosos en la historia del país dejaron una impronta que será difícil de olvidar.
Barack Obama, el «negro» que abandona el poder con un prestigio y una imagen que gozan de toda la blancura.