Los errores funcionales de todo tipo que rodearon las actuaciones inmediatas a la muerte del fiscal Nisman se han convertido en los principales aliados de quienes no quieren la verdad.
Si un alumno del primer año de la carrera del Derecho describe un procedimiento judicial y pone como ejemplo lo ocurrido en el departamento de Nisman, es muy probable que vea truncada su carrera en ese mismo instante.
La imagen de un juez y una fiscal que no saben a quien le corresponde disponer las medidas, un ministro del Poder Ejecutivo Nacional presente -contra toda norma del procedimiento- al que nadie se atreve a retirar del lugar, documentación que es trasladada sin que hasta el momento se conozca quienes fueron los que se apropiaron de ella, médicos de una institución privada que acceden al cadáver mientras los del servicio público que obligatoriamente debe constatar la muerte son retenidos en la puerta del edificio y tres fuerzas de seguridad interviniendo al mismo tiempo, es mucho más de lo que puede absorber alguien que conozca algo de derecho.
¿Casual?, ¿orquestado para plantear más tarde la fábrica de nulidades en que se ha convertido la justicia argentina?, ¿simple desesperación del poder por un hecho que ya presumía determinante para su futuro?.
¿O simplemente una muestra más de esa agobiante ineficiencia del estado que día a día avanza en su torpeza para convertir a la Argentina en el país en el que todo se hace mal?.
Vaya a saber usted de que se trata. Lo cierto es que al observar lo ocurrido frente a una de las más impactantes muertes de la historia argentina contemporánea uno no puede menos que sentir un escalofrío a los largo del cuerpo…y del alma.
Porque el caso Nisman puede llegar a ser el que nos haga entender que es tan grave vivir en un país de perversos como en uno de brutos. El efectos siempre será el mismo.