Por Adrián Freijo – Las campañas sucias, dirigidas a una sociedad agobiada por sus propios problemas, se convierten en exitosas e impiden ver la realidad que permita elegir libremente.
Es tanto el desprestigio de la política en la Argentina que el orientar una campaña difamatoria contra un candidato, dirigente o gobernante se ha convertido en camino seguro para sacarlo de carrera. Y la historia política reciente es rica en ejemplos que muestran la verdad de esta afirmación…
Lo que realmente se torna inaceptable es que generalmente la usina originaria de este tipo de maniobras está localizada en aquellos que ciertamente no están en condiciones de menear mucho aquello de la honestidad y trabajan desde las sombras en salpicar a todos con la mancha de la corrupción para conseguir primero el efecto del «todos son lo mismo» para consolidar por fin la teoría del mal menor: elijamos entre los chorros al menos chorro.
Así hemos visto que en Mar del Plata se orquestó una campaña constante, machacona y fantasiosa contra el ex intendente Gustavo Pulti al que se denunció por cuestiones meramente administrativas y comunes a todas las administraciones comunales, como es el uso de fondos afectados para el pago de salarios y su posterior reposición, pero fueron tomadas por los tribunales locales y replicadas hasta el cansancio en redes sociales y medios afines a quienes en realidad solo pretendían sacarlo de circulación para evitar que pudiese convertirse en el incómodo rival que además tenía muchas obras concretas para mostrar.
Nunca se miente más que después de una cacería, durante una guerra y antes de las elecciones.
Otto Von Bismarck (1815 – 1898). Estadista y político alemán.
No existió una sola denuncia vinculada a cuestiones que tuviesen que ver con la corrupción. Ni una palabra acerca de enriquecimiento lícito, desvío de fondos, sobreprecios o cualquier otro de los delitos que con más frecuencia de lo deseable se cometen desde la función pública.
Pero así, con cuestiones administrativas y un perverso manejo orquestado desde la administración de Carlos Arroyo y sostenido por aquella prensa amiga del poder de entonces, se creó una leyenda negra que, por ingenuidad o pudor, el propio interesado dejó crecer sin respuesta alguna, convencido de que el tiempo pondría las cosas en su lugar.
Craso error. Al día de la fecha todas aquellas causas fueron desechadas por la justicia, el involucrado no tiene imputación ni investigación alguna en su contra…pero el daño está hecho.
Y el paso del tiempo generó en los marplatenses una duda que, a fuer de injusta e implantada, no permite que el vecino se concentre en lo que debería ser su único interés a la hora de elegir: ¿fue un intendente que hizo obras?, ¿capitalizó al municipio o se capitalizó él?, ¿fue digno del mandato que le fue conferido, más allá de las posiciones políticas que haya tomado y que puedan o no ser compartidas por quienes lo votaron?.
Tal vez los que en estos años lo cruzaron manejando un camión o trabajando en el rubro gastronómico hayan podido corroborar en forma directa la hondura de la mentira que sobre él se había urdido. Pero sorprende que muchos que hoy están en la función pública y que en el futuro serán destinatarios de campañas similares miren distraídamente para el costado sin siquiera reconocer públicamente que las diferencias que los separan del ex jefe comunal pueden ser ideológicas, políticas pero nunca basadas en su integridad moral.
Un vaso medio vacío de vino es también uno medio lleno, pero una mentira a medias de ningún modo es una media verdad.
Jean Cocteau (1889 – 1963). Poeta y cineasta francés.
Y es solo un ejemplo, al que recurrimos por su cercanía geográfica y temporal. No hace muchos años quien fuese Jefe de Gobierno y sostenía la postulación de Elisa Carrió en la CABA, el radical Enrique Olivera, fue sacado de pista por una falsa denuncia de no haber declarado dos cuentas en el exterior. La mentira fue instalada tres días antes de las elecciones del 23 de octubre de 2005 por Daniel Bravo, quien tras conseguir que la denuncia influyese en el resultado final de la elección corrió a tribunales a retractarse, pedir perdón al afectado y a los votantes porteños y reconocer que la falsa información le había sido entregada por…Alberto Fernández, por entonces jefe de gabinete de Néstor Kirchner.
No sorprende que aquella jugada y esta que hoy develamos haya salido de un mismo sector político.
Descalificar al rival cuestionando su honestidad es un mecanismo que, reiteramos, da muy buenos resultados ante la inquietud que toda la población tiene acerca de la honestidad del poder y los poderosos. Pero no deja de ser una maniobra miserable que juega con el honor de las personas y limita la libertad del pueblo a la hora de elegir a sus gobernantes o representantes.
Ya es tiempo que quienes son capaces de urdir estas campañas sucias comiencen a ser puestos en evidencia y paguen el precio que es menester para que, tras el velo de la calumnia, quede expedito el camino hacia la verdad y el mérito.
Que cada cual reciba lo que merece por sus hechos y no por dichos de terceros. Máxime cuando estos no superan el escalón de la infamia.