Cardenal Pironio: el pastor que nunca dejó solo a su rebaño

Por Adrián FreijoEn el inicio del proceso para su beatificación es bueno recordar a un hombre valiente, de una espiritualidad superior y que cambió para siempre la fe en una Mar del Plata que nunca lo olvidó.

El Papa Francisco autorizó el viernes la publicación del decreto que reconoce las «virtudes heroicas» del cardenal argentino Eduardo Pironio, creador de las Jornadas Mundiales de la Juventud, lo que supone un nuevo paso en el camino a la beatificación del purpurado nacido en 1920 en la localidad bonaerense de 9 de Julio y fallecido en Roma en 1998.

Con el reconocimiento de las «virtudes heroicas» publicado hoy por el Vaticano, Pironio pasará a ser «venerable» y quedará a un milagro de poder ser beatificado, según la reglamentación vaticana.

Juan Manuel Franco, el niño al que se le atribuye un presunto milagro por intercesión de Eduardo Pironio.

Hasta aquí la noticia que seguramente impacta en el mundo católico. Pero ocurre que detrás de ella existe una historia que hace pie en Mar del Plata y que seguramente también merece entrar en la categoría de milagro: durante su paso como obispo local Mons. Pironio despertó la fe de una ciudad alejada de la espiritualidad y produjo un milagro de masas que quedó evidenciado en la multitudinaria asamblea que lo despidió cuando, en riesgo su vida por la valiente acción en defensa de quienes eran perseguidos políticamente y su inalterable compromiso con los jóvenes y los más humildes, la dictadura militar lo había colocado en la mira y el Vaticano decidió preservar a quien ya tenía entre sus hijos más destacados y un serio postulante a sentarse en el trono de San Pedro.

Cultor de una paciencia envidiable, capaz de llevar una controversia hasta los límites que por aquellas épocas se angostaban hasta lo insoportable, Mons. Pironio era un ejemplo de diplomacia en acción. No de esa fatua costumbre de halagar al interlocutor sino en la capacidad de poner sobre la mesa los temas más espinosos y difíciles y exprimirlos con inteligencia y agudeza hasta conseguir todas las respuestas que se estaban buscando. Lo que no es poco cuando de esas respuestas dependían vidas humanas en peligro.

-Aquella experiencia cubana volcada en una carta-

En 1974 viajé a una Cuba que atravesaba la etapa más aguda de la revolución castrista. La recordada Exposición Argentina en La Habana, con aquellos acuerdos comerciales firmados por el gobierno de Perón y que aún hoy no han sido pagados por la isla, me dio un pretexto para conocer desde adentro un proceso que por entonces amenazaba con extenderse en un país tironeado y a la deriva como era el nuestro.

Paulo VI le pidió que fuese su confesor personal

En un encuentro con Mons. Pironio en el aeroparque metropolitano le comenté de mi viaje y para mi sorpresa me dijo que podía hacer algo para que yo consiguiese mejor información de lo que allí ocurría.

Mientras esperábamos nuestro vuelo hacia Mar del Plata escribió un carta dirigida a Mons. Césare Zacchi, nuncio apostólico vaticano en La Habana. Un hombre muy joven, apenas 36 años, que había sido elevado a la categoría de cardenal ya que no se encontraba purpurado que quisiese hacerse cargo de semejante responsabilidad en un país en el que la Iglesia era impenitentemente perseguida.

Ya en Cuba, y tras no pocas posibilidades, me encontré con Zacchi quien me dio a leer la misiva enviada por el entonces obispo de Mar del Plata. Por pudor no repito los conceptos que vertía sobre mi persona, pero solo diré que instaba a su colega y amigo a abrir su mente y su corazón a contarme con la confianza más absoluta los padecimientos que atravesaba para llevar adelante su misión.

No es esta nota la ocasión de recordar aquello -Zacchi volcó todo en un pormenorizado informe que, con cuidados extremos y no sin temor, traje al país y que Pironio llevó consigo en su siguiente viaje al Vaticano- pero no quería dejar de recordar aquella confianza que depositó en un joven al que no conocía profundamente pero que, como me dijo al agradecerle yo la rica experiencia, «por tu forma de hablar conmigo sobre tus diferencias de pensamiento me di cuenta que, con razón o sin ella, eras un buscador de la verdad».

Mi relación con Zacchi, prontamente llevado a Roma por la creciente persecución del castrismo, duró hasta su prematura muerte unos pocos años después.

-Un hombre de Dios con Dios para los hombres-

Pironio, el más joven de una familia de 22 hermanos platenses, fue el creador de las Jornadas Mundiales de la Juventud que se siguen haciendo de forma trianual con la presencia del Papa.

En Mar del Plata, junto al mar, supo marcar un rumbo de espiritualidad

En una América Latina dividida y convulsionada, aquella decisión le valió el mote de «zurdo» y una persecución constante de la dictadura argentina que lo seguía allí donde iba y se encargaba de entorpecer su contacto con las iglesias del continente y con los emergentes de una nueva mirada de evangelización que ponía a los más humildes en el centro de la escena.

Respetado por sus pares, sobre los que ejercía un liderazgo natural del que escasa nota personal tomaba, fue creciendo en la consideración de la cúpula de la Iglesia Católica que optó por llevarlo al Vaticano a cumplir funciones que en su momento lo encaramaron como el número tres de la conducción institucional, hombre de confianza de Juan Pablo II y firme postulante al papado durante los convulsionados días que siguieron a la muerte de Paulo VI y el efímero reinado de Juan Pablo I.

Pironio nació en 1920 en la localidad bonaerense de 9 de Julio, fue el primer latinoamericano que desempeñó un cargo en la Curia Romana y fue uno de los fundadores de la teología basada en la doctrina social de la Iglesia.

Fue designado pro-prefecto (1975-76), y luego prefecto (1976-84) de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Fue profundamente apreciado por el papa Pablo VI, quien le pidió que fuera su confesor personal. Juan Pablo II lo designó presidente del Pontificio Consejo para los Laicos (1984-1996).

Creado cardenal en el consistorio del 24 de mayo de 1976, el proceso de beatificación de Pironio fue impulsado en 2003, al cumplirse cinco años de su fallecimiento.

Pero hasta el fin de sus días no dejó de ser aquel sacerdote preocupado por despertar una fe cada día más dormida en la sociedad del consumo y de bucear en el corazón de los hombres buscando ese resplandor que permitiese obligarlo a posar la mirada en un mundo distinto.

El obispo que Mar del Plata despidió en apoteosis, el que caminó sus calles y sus barrios buscando proteger a sus hijos, el que se enfrentó a la violencia irracional con idéntica dosis de serenidad y de firmeza, aquel que salvó vidas  poniendo en riesgo la propia, comienza a transitar ahora el último tramo que lo depositará seguramente en el sitial que se ganó por derecho propio: un santo de nuestro tiempo que jamás dejó solo a su rebaño.

Y eso, a los marplatenses, nos convierte en parte de su historia.