Carta abierta al Papa: a veces es bueno creer que Dios existe

Por Adrián FreijoEspera determinadas condiciones para expresarse claramente sobre la invasión rusa a Ucrania: un cese el fuego y que lo convoquen a mediar. En ocasiones alcanza con creer en Dios.

 

CARTA ABIERTA AL PAPA FRANCISCO

 

Querido Papa Francisco:

¿Se imagina a Jesús diciendo «voy a ir a predicar cuando los romanos se vayan y Galilea esté libre de violencia»?…

¿O a su antecesor Pedro esperando el para «construir sobre esa piedra la iglesia sobre la que no prevalecerán las puertas del infierno» cuando Occidente y Oriente estuviesen ya vacíos de idólatras, ateos e imperios con voluntad de imponer a sus propios dioses por sobre las necesidades espirituales de sus súbditos?…

¿Puede usted ver a Juan «El Bautista» aceptando las tentaciones de Herodes para negar al Salvador y así salvar la continuidad de su cabeza y su cuello como compañeros?….

¿Y a miles de mártires de la fe que prefirieron morir por aquello en lo que creían que esperar las condiciones necesarias para lucir influencias, mostrar poder terrenal o ejercer protagonismos que, por bien intencionados que fuesen, planteasen como alternativa las propias condiciones de seguridad personal?…

Quiero contarle algo: millones de católicos hemos sido educados en el valor del testimonio, sin especulaciones ni garantías, con convicción -no exenta de inteligencia estratégica- siempre vinculada a la condición irrenunciable de creer que Dios camina a nuestro lado.

Valoramos su intención de convertirse en mediador del conflicto que hoy arrasa a Ucrania. Pero no podemos dejar de exigirle que ello sea testimonio de fe y de verdad.

Ucrania ha sido invadida y está siendo destrozada por la decisión de un hombre que cree que él y solo él ocupa el papel de dios y señor de la vida ajena.

Y ese hombre está siendo protegido por el silencio del jefe de la Iglesia Católica Apostólica Romana que no lo nombra, que sigue hablando genéricamente de una guerra -a la que descalifica sin hacer lo mismo con sus responsables- y que prefiere esperar el momento justo de esa presencia que las verdaderas víctimas reclaman, suplican, encarecen.

Aunque usted sepa, querido pontífice, que ese momento no llegará nunca.

Vladimir Putin no va a aceptar que sea Roma la que logre avances concretos hacia la paz.

Su alianza con la Iglesia Ortodoxa Rusa, convertida ahora en deleznable exégeta del genocidio como la nuestra lo fue durante siglos con el  del pueblo judío -¿recuerda que los llamábamos sub-humanos?- y también  con los musulmanes, hasta que Saladino nos hizo tragar la soberbia y mostró al mundo las miseria de una Roma entregada solo a la construcción de riquezas y poder terrenal.

No entre entonces en ese juego que termina comiéndose cada hora un poco del menguado prestigio de la Iglesia de las riquezas inagotables en un mundo de pobrezas inadmisibles y que cada mañana amanece con un nuevo escándalo moral que descorre el velo de una institución que hace décadas ha quedado en manos de perversos y desviados.

Si realmente la ama, cosa que personalmente no dudo, y si es verdad que quiere cambiarla, lo que también creo aunque lo vea sumido en la desorientación y el temor, elija el camino más directo, sencillo y efectivo que nuestra propia historia nos indica: crea en Dios.

Vaya a Ucrania, párese junto a los que sufren, ore con ellos, invoque a María no desde ceremonias vacías de contenido y plagadas de fastos en las paredes de un Vaticano ominoso de oro y seguridades sino entre el humo de los escombros y la sangre derramada por un pueblo que se sostiene en una fe que allí donde usted habita parece haber comenzado a flaquear.

Y que sea lo que Él quiera y que pase lo que Él le tenga reservado. Que para eso y no para otra cosa dispuso que un argentino llamado Jorge Bergoglio ocupe el lugar que usted ocupa.

Miles de años y de ejemplos de fe y martirio le exigen hoy que no aplique a los crímenes de los que es víctima el pueblo de Ucrania aquellas «prudentes gestiones» de los años de la dictadura argentina que terminaron por expulsar a tantos fieles que esperaban de sus pastores el coraje que mostraron los Angelelli, los De Nevares, los Devoto, los Novak y aquí en Mar del Plata nuestro Eduardo Pironio,  pero también los Helder Cámara, los Romero, los Silva Henríquez y tantos otros en América Latina.

Y si necesita compañía y sostén, no dude en pegar el grito: millones de católicos estaríamos felices de rodearlo y entregar la vida para dar testimonio de nuestra convicción acerca de los designios del Padre.

Porque creer en Dios es mucho más que la diplomacia, la conveniencia y la especulación.

Es confiar en que el testimonio no es optativo sino parte de la propia esencia del cristiano.

Vamos Francisco…deje el trono y póngase las sandalias del pescador.