Los inmigrantes agradecen el anuncio de Obama, que desbloquea la presencia ilegal de millones de extranjeros en el país. Duras críticas republicanas.
Gritos de «Viva Obama» y de «Sí se pudo» (una adaptación del «Yes we can» que fue lema electoral de Barack Obama) fueron lanzados el jueves por la noche frente a la Casa Blanca, donde grupos de hispanos se habían concentrado para seguir en directo, a través de sus móviles y tabletas, el anuncio televisado del presidente estadounidense.
«Le juro, señor, que estar aquí es una bendición», dice Ana Serrano, una salvadoreña de 29 años, que llegó al filo de los 18 a Estados Unidos. «Los cumplí en Puebla, en México, de camino a la frontera con Estados Unidos. Cuando llegamos a río Bravo, tuvimos suerte, era diciembre y bajaba poco agua, así que pudimos cruzarlo bien y entrar en Estados Unidos. Del grupo de inmigrantes que nos hicieron formar los guías, unos se fueron para Miami, otros para el oeste; yo me vine a Washington».
Ana tenía conocidos en la capital estadounidense, en cuya zona metropolitana abundan los salvadoreños. Con el tiempo conoció a un mexicano, que era segunda generación de inmigrantes, y con él tuvo dos hijos. Por haber nacido en EE.UU., tanto su marido como sus hijos tienen la nacionalidad estadounidense. Ella no, y podría ser deportada en cualquier momento, pues entró de modo ilegal en el país.
Convivir con el miedo
«No sabe usted lo que es vivir con el miedo a que un día, por cualquier cosa, te pueda parar la Policía y descubran que no tienes papeles», comenta. No es lo habitual, porque la mayoría de los once millones de indocumentados que se estima que viven en Estados Unidos han podido trampear con su situación. Pero al año hay miles de expulsiones, y hay casos emotivamente desgarradores que suponen la separación de familias.
La alegría de los indocumentados, de todos modos, no es completa, pues de la medida solo se podrá beneficiar la mitad del total de «sin papeles» que residen en el país, si bien Obama ha dado a entender que no hará esfuerzo por localizar al resto para echarlo. Además, no se trata de una legalización, sino de una garantía de que no serán deportados, que solo durará tres años. Lo que pase después dependerá del sucesor de Obama y del Congreso, si es que este último se pone de acuerdo sobre la reforma inmigratoria que sigue pendiente.
Por eso Ana está contenta, pero no de celebración. Lo mismo les pasa a varios hispanos que ayer comentaban las noticias en un Starbucks próximo a la Casa Blanca. «¿Y si ahora presentamos los papeles para regularizarnos y luego cambia la política? Entonces nos tendrán a todos fichados», dice Claudio Peña, expresando en en esa pregunta el gran temor de todos. Obama les ha invitado a «salir de la sombra», pero ¿hay que fiarse?
Mejores condiciones
Con la regularización anunciada, los «sin papeles» beneficiados podrán acceder al permiso de trabajo, lo cual en muchos casos les permitirá acceso a empleos mejor regulados, pero seguirán sin gozar de prestaciones sociales públicas, como el seguro médico subvencionado puesto en marcha por Obama.
El hecho de que el principal requisito para esta regularización sea el ser padre o madre de hijos con nacionalidad estadounidense, ha llevado a quienes no han formado familias o no han tenido descendencia a quejarse por la discriminación que puede suponer. De hecho, el 61 por ciento de los indocumentados no tienen hijos, frente al 33 por ciento que al menos tienen un hijo estadounidense. Entre quienes se han quejado ha habido grupos a favor de los derechos de los homosexuales.
Toda esta casuística surgió ayer durante la visita que hizo Obama a Nevada, a donde acudió para presentar su medida. Nevada es el estado con mayor porcentaje de inmigrantes ilegales (el 7 por ciento de su población), muchos de ellos empleados en hoteles y casinos de Las Vegas. Previamente, Obama recibió en la Casa Blanca a un grupo de activistas hispanos que llevan tiempo impulsado la reforma inmigratoria.