El debate por la apertura del boliche Cocodrilo va más allá de una cuestión de intereses o prejuicios. La trata de personas, habitual en estos lugares, es un hecho al que todos debemos combatir.
Hemos recibido en las últimas horas una andanada de tweets enviados por Omar Suárez, titular de la firma en cuestión, quejándose de lo que considera una campaña de calumnias de parte de este medio -y supongo que de otros medios colegas- por nuestra postura crítica acerca de la apertura de Cocodrilo en nuestra ciudad.
Esgrime el interesado fotocopias de causas penales en las que no ha sido hallado culpable de trata de personas y que se originaron en otras denuncias anteriores.
No vamos a detenernos en analizar la poca confiabilidad de la justicia argentina, ya que la percepción del ciudadano común la emparenta muy fuertemente con la corrupción y/o la ineficiencia. Por el primero de los vicios todos entendemos que las sentencias se compran y venden con sugestiva facilidad y por el segundo son miles las causas que terminan aplastadas por las nulidades, las chicanas y las prescripciones, sin detenernos demasiado en la pobre capacidad investigativa y probatoria de un sistema colapsado moral y funcionalmente.
Vamos a insistir entonces por un camino más lógico y cotidiano: durante años hemos visto desfilar por nuestra televisión -convertida en un gran book en el que se ofrecen y hasta cotizan aspirantes a la farándula que sólo buscan fama esfímera- a decenas de señoritas que esgrimen como actividad principal el realizar «presencias» o tan solo frecuentar boliches como el nombrado. Y es justamente el nombrado uno de los que aparece con mayor insistencia.
Allá ellas con su manera de ganar el diario sustento y allá con los empresarios de estos lugares con su forma de entender la libertad de comercio.
Pero todos sabemos de lo que estamos hablando y todos sabemos del encadenamiento de corrupciones que se esconden detrás de la impunidad con la que se trabaja en tantos lugares en los que el comercio sexual se disfraza de cualquier otra cosa.
Cuando se cimenta la fama de un lugar en determinadas actividades no es creíble la ofensa de quienes lucran con ella, aunque se tratase tan sólo de un mito urbano.
La trata de personas es un tema demasiado serio como para que los marplatenses, que hemos conocido similares emprendimientos en el pasado y hemos visto como sólo la presión social pudo despertar de su letargo a los funcionarios, no posemos nuestra mirada sobre un lugar que llega precedido de una fama ciertamente prostibularia.
Después, todo dependerá de los controles que se hagan, de la idoneidad y honestidad de quien sea el encargado y de que el propio señor Suárez sea capaz, al menos en nuestra ciudad, de poner coto a quienes quieran usarlo como lugar de prostitución, comercializar drogas o corromper funcionarios policiales para que miren para el costado.
Algo en lo que tal vez no haya tenido tanto éxito en el pasado, aunque siempre hay tiempo para aprender.