(Escribe Adrián Freijo) – Las imágenes desde París, con cerca de un millón de personas en la calle, deben alegrarnos pero no hacernos perder el fondo de lo que muestran.
Son imágenes de la civilización frente a la barbarie, del hombre racional movilizado frente a la sinrazón, de la sociedad organizada frente a la visión tribal de la vida.
No deja de ser impactante que esta marcha se lleve adelante en París, aquella capital europea que vio nacer aquella Revolución Francesa, capaz de parir un nuevo sistema y que se inició con la autoproclamación del Tercer Estado como Asamblea Nacional en 1789 y finalizó con el golpe de estado de Napoleón Bonaparte en 1799.
Porque en aquella experiencia pueden encontrarse todos los elementos de este presente.
Una sociedad que quería vivir en libertad, en igualdad y sobre todo en fraternidad, si por esto entendemos la capacidad de ver al otro como parte de un cuerpo del que soy miembro y también como socio en el camino de mantenerlo sano.
Eso expresaba el pueblo pero eso fue lo que quedó sepultado por el tiempo del terror en el que la crueldad y la violencia cundieron por Francia con el simple pretexto de sostener que sus víctimas «traicionaban el espíritu» revolucionario.
Ya ve el lector que lo que debió ser el nacimiento de una nueva era, quedó sepultado por…el fundamentalismo.
Y así, las instituciones civiles y populares que habían sido creadas fueron suplantadas por la larga dictadura de Napoleón Bonaparte que encontró en el miedo de la gente a las persecuciones «revolucionarias» un aliado a su propia ansia de poder.
El miedo de la gente…cuantas cosas se han hecho en su nombre….
El miedo de la gente a la miseria en Alemania hizo nacer al nazismo.
El miedo de la gente a la hambruna en Rusia le abrió la puerta al comunismo.
El miedo de la gente a las balaceras cruzadas entre la AAA y Montoneros empujó a la Argentina a recibir como salvadores a los militares que se apropiaron del poder en 1976 para instalar la más violenta dictadura de que tengamos memoria.
Porque el miedo siempre ha sido movilizador de movimientos defensivos y las sociedades han creído equivocadamente que conculcar las libertades del otro aumenta la seguridad propia. En todo tiempo y lugar.
Ver al mundo movilizado, caminando con rostro amargo por las calles y lamentando lo que no pudo evitar es sobrecogedor, emocionante…pero al fin un triunfo del miedo y del terror.
El avance aún lento pero en apariencia imparable de las expresiones más ultramontanas de la derecha en Europa, pero también en los Estados Unidos, significa que poco a poco la humanidad vuelve a refugiarse en los «duros», sintiendo que la democracia no le garantiza su seguridad.
Y esta es tal vez la más triste verdad con la que debemos lidiar en estos tiempos, mientras encontramos el camino para retornar a aquellos principios de libertad, igualdad y fraternidad sin caer en manos de nuevas dictaduras ni tentarnos con conculcar derechos.
Y eso hoy no parece estar garantizado.