(Escribe Adrián Freijo) – La sanción aplicada por la AdC a los jugadores de Peñarol de Mar del Plata Martín Leiva y Leo Gutierrez pone otra vez sobre el tapete la incurable soberbia y mediocridad de algunos dirigentes.
Hace pocas horas se conoció la sanción que la Asociación de Clubes de Básquetbol aplicó a los jugadores de Peñarol de Mar del Plata Martín Leiva y Leo Gutierrez por declaraciones realizadas por los mismos y que el organismo consideró lesivas para el buen nombre y honor de sus integrantes.
Por la misma cada uno de ellos deberá abonar una multa de $15.000 por haber injuriado, según la interpretación de quienes fueron jueces y parte, a la AdC y a sus integrantes.
Más allá de la cuestión de fondo, que analizaremos más adelante y que involucra el derecho de un deportista a opinar por decisiones que considera perjudiciales para la competencia, hay algunas consideraciones generales que sería bueno abordar previamente.
Desde hace décadas las asociaciones deportivas consideran una falta grave, cuando no descalificatoria, que los clubes o jugadores que la integran recurran a la justicia ordinaria reclamando por lo que consideran un derecho.
A los largo de los años los ejemplos han sido muchos y en los más diversos deportes, aunque tal vez por una situación de repercusión mundial los generados en la FIFA sean los más notorios. Pero lo que allí ocurre, ocurre en todos lados.
Cuando uno lee un fallo tan presuntuosamente jurídico como el que castiga a los jugadores de Peñarol no puede menos que ocultar una mueca que equidista de la sonrisa y de la pena.
Resulta que quienes se esfuerzan por limitar el derecho de sus afiliados y representados a acudir buscando el amparo de la ley…se sienten con derecho a interpretarla.
En ese sentido el fallo de la AdC es al menos singular. Cualquier distraído puede pensar que ha sido escrito por el pleno de la Corte Suprema de Justicia de la Nación –por lo engolado y presuntamente jurisprudencial- cuando en realidad es una mediocre cháchara de picapleitos que “cortan y pegan” antecedentes que les parecen más o menos oportunos a sus decisiones previas a cualquier juicio y descargo.
Largas alusiones al criterio con el que la jurisprudencia argentina otorga al concepto de “libertad de expresión” no hacen otra cosa que proyectar una visión parcial, antojadiza y disparatada que por lo demás termina dando la razón a los que pomposamente llama “los inculpados”.
Lo cierto es que Leiva y Gutierrez sólo criticaron un fixture que obliga a Peñarol a un desgaste físico que en cualquier otra liga del mundo hubiese sido evitado.
Esto es un hecho concreto e indudable que además puede tener, mientras no se tergiverse, las más distintas interpretaciones que quieran darle quienes sobre él dispongan opinar.
Lo que nadie podrá negar es que el campeón de la Liga Nacional se ve compelido a jugar una cantidad de partidos en pocos días que pone en riesgo su rendimiento deportivo, cuando no la integridad física del plantel.
Y teniendo en cuenta que la conducción de la AdC se encuentra en manos de dirigentes de rivales directos del “milrayitas” en la búsqueda de un nuevo logro en la Liga, los responsables debieron tener en cuenta aquello de “la mujer del César” y no tomar decisiones que pueden hacer entrever la búsqueda de resultados subalternos.
Ello sin detenernos en el detalle, que a los dirigentes argentinos pareció pasar desapercibido, que Peñarol está por estas horas defendiendo el prestigio del básquet nacional en la Liga de las Américas.
En resúmen un caso más de ese rebuscado autoritarismo argentino que siempre nos pone frente a las narices la impudicia con la que se mueven aquellos a los que parece que un cargo o una tarjeta con escudito los convierte en dueños y señores del destino de quienes han quedado circunstancialmente por debajo.
Los mismos que han convertido a las asociaciones deportivas argentinas en cuevas de desprestigio, a las que sus afiliados terminan recurriendo tan sólo para cubrir un formalismo, sabiendo que tarde o temprano deberán recurrir a la justicia “en serio” si quieren no quedar a expensas de tanto patetismo sobreactuado.
Cuyos ejemplares, con citas jurídicas, palabras rebuscadas y largas peroratas no dejan de ser eso… pequeños y molestos aprendices de tirano.