En Cuba la salud pública es gratuita y universal, y junto a la educación constituye uno de los grandes baluartes de la Revolución de 1959. Sin embargo los problemas aumentan cada día.
Asimismo la isla es reconocida por enviar miles de galenos hacia países pobres, zonas de difícil acceso y regiones afectadas por catástrofes naturales, a ofrecer servicios de salud.
Los médicos cubanos desempeñaron un rol protagónico, por ejemplo, contra la reciente epidemia de ébola que hostigó al África Occidental.
Sin embargo en la medida en que crece el prestigio mundial de Cuba como referente de la asistencia sanitaria, los servicios internos a la población se han ido deteriorando a lo largo de los últimos años.
En la calle la gente comenta y se queja del asunto, culpando al déficit de profesionales y en menor medida a la carencia de recursos materiales.
Es difícil encontrar un solo médico que no tenga entre sus planes el de irse a trabajar fuera de la isla, ya sea de misión estatal o a través de un contrato privado.
El salario de los médicos en Cuba duplica al salario promedio nacional, pero aun así la cifra es de entre US$40 y US$80 mensuales.
El oncólogo X llega a casa tras la jornada y manda a su esposa a hacer espacio en la mesa de la cocina. Dice que viene «premiado»: del morral saca un pullover de marca, un reloj de pulsera, tres botellas de ron, queso blanco, y más latas de refresco de las que puede cargar. En el maletero del auto vienen otros regalos.
Al oncólogo X, de momento, no le interesa salir del país. Pero su caso es excepcional.
Abunda más el médico de familia Y. Este trabaja en una comunidad a las afueras de la ciudad y tiene el expediente listo para cuando le toque la misión. Sin importar a dónde o en qué condiciones, la misión es su más concreta esperanza de prosperar.
Entretanto «resuelve» un par de cartones de huevo al día en una granja cercana, y luego los vende de regreso en el vecindario.
Y hay otro que llegó en bicicleta a su turno de guardia en el hospital, a abrirle el abdomen a la gente porque es cirujano.
Dentro del hospital muchas cosas han mejorado: tiene ventanas nuevas, baños limpios, televisores y ventiladores en los cubículos, y ya casi no merodean gatos por los salones.
También se ve a las enfermeras con lápices de colores, haciendo magia para cumplir el mandato de la burocracia. El mural –afiche con noticias, efemérides, etc. — y el papeleo de los ingresos están meticulosamente actualizados, pero el paciente quizás pasó la noche con su bolsa de suero vacía porque nadie se percató de cambiarla.
Cuba tiene una de las tasas de mortalidad materno-infantil más bajas del continente, y el país fue el primero en eliminar la transmisión del VIH de madre a hijo.
Son méritos que nadie puede negar, y demuestran que allí a lo que el sistema sanitario pone prioridad funciona bastante bien. Pero lo que se deja al descuido muestra un rostro diferente.
Nadie puede sentirse protegido, por ejemplo, si llega al hospital infantil con una niña enferma y la única consulta disponible está a cargo de un estudiante de medicina, que puede ser un prodigio pero casi nunca lo es. La situación es acaso la más común para quienes no tienen amigos o familiares vinculados al sistema.
Por otra parte las autoridades solo hablan de la situación epidemiológica cuando ya el problema es tan grande que no admite discreción, lo cual atenta contra la percepción de riesgo.
Las enfermedades diarreicas y los virus se presentan ahora con más frecuencia: el cólera o el dengue son dos ejemplos en los que el paciente puede enterarse que existen en su territorio cuando ya está ingresado en un hospital.
Ya que el sentido común no lo hace, debería existir una ley que obligue a los funcionarios de salud pública a ofrecer a la prensa informaciones periódicas sobre el estado sanitario del país.
Algo parecido se hace, ejemplarmente, con los sismos y demás fenómenos naturales: en Cuba el más leve temblor de tierra es reportado con inmediatez, aunque no tumbe un solo florero.
Para los cubanos no basta la posibilidad de llegar a cualquier centro de salud y ser atendido sin previo aviso y sin más seguro que el Documento de Identidad. Queremos también que esa atención gratuita y universal sea a la vez de calidad.
Pero antes es necesario que el gobierno actúe, al margen de soluciones instantáneas como las graduaciones masivas, o medidas coercitivas como obstaculizar la salida del país a los profesionales que así lo decidan.
Pagarles un salario acorde a la importancia social de un médico podría ser el comienzo adecuado.