DOS MUERTES, DOS TIEMPOS Y LAS MISMAS DUDAS

La muerte de Alberto Nisman, con sus dudas y convicciones, nos arrastran muchos años atrás, a otra muerte, otras dudas y circunstancias nunca claras.

Cuando apareció el cadáver de Juan Duarte, aquel extravagante hermano de Eva Perón al que todos conocían por Juancito, de nada valió que la justicia dictaminara que se trataba de un suicidio o que el propio interesado dejase una carta explicando los motivos por los cuales tomaba la decisión.

La sociedad en pleno quedó entonces convencida de que Duarte había sido asesinado o que había sido empujado por el poder -que por entonces encarnaba Juan Domingo Perón, su cuñado y hasta poco tiempo antes jefe directo- preocupado por la presión de la justicia y el parlamento argentino que investigaban supuestos ilícitos que lo tenían involucrado.

Muchos años después, conversando con quien fuese juez de la causa generada por esta muerte y que era el Dr. Pizarro Miguens, nos decía que «fue un suicidio, de eso no cabe duda alguna. Lo que no puedo asegurar, ni podremos hacerlo jamás, es si detrás de la decisión de Duarte hubo una mano que lo obligó a empuñar el arma».

Muchos años después los argentinos nos encontramos en una encrucijada similar, aunque en este caso con una característica muy particular: el muerto no es el investigado, sino el investigador.

Pero el poder está detrás, las circunstancias nos llenan de interrogantes y aquellas «convicciones-dudas» de Pizarro Miguens volvemos a tenerlas todos.

Y es probable que las llevemos en el alma para siempre.