NO SE PUEDE, NO SE SABE

La inexistente calidad en las prestaciones públicas nos devuelven un escenario en el que el fracaso de todos los niveles de la administración termina por afectar peligrosamente la calidad de vida de los ciudadanos. En lo más importante y en las pequeñas cosas cotidianas…

No es posible frenar la inflación, ya nada queda por inventar en materia de lucha contra una inseguridad desmadrada, no hay estrategias para terminar con la tan larga como desgastante pelea por la deuda, suplantamos el empleo genuino con un asistencialismo tan denigrante como decadente, caminamos a tientas buscando planes educativos «modernos» para ser aplicados en escuelas destruídas…no logramos, en fin, gobernar ni gobernarnos.

Y si esta situación compromete nuestro destino como país, hay otra incapacidad cotidiana de los gobernantes que pone en riesgo nuestra calidad de vida y el ámbito necesariamente sereno que cualquier sociedad necesita para desarrollarse en plenitud, pensar su futuro y poner manos a la obra.

Nos referimos al control cotidiano de las normas de convivencia que, aunque parezcan a veces sencillas, son ineludibles a la hora de templar el ánimo comunitario y convencer al otro de que el semejante es parte de nuestra riqueza personal.

Si una administración no puede resolver el tránsito, asegurar la higiene urbana, garantizar un transporte público digno, evitar que la calle se convierta en un desorden constante en el que reina la marginalidad, lograr que las paredes de la ciudad no se conviertan en destinatarias de pintadas, inscripciones y signos que en ellas dejan personas que no entienden ni entenderán el valor de la propiedad privada, coordinar los semáforos para evitar que las calles se conviertan en atolladeros neuróticos, evitar las colas,maltrato e interminables esperas cuando se trata de atender al vecino que concurre a las diferentes reparticiones para resolver sus problemas y organizarse a sí misma de manera tal que su desmadre de personal no absorba todo el esfuerzo contributivo de los ciudadanos, todo lo que pretenda esconderse tras el discurso o la propaganda será simplemente una «engaña pichanga».

La gente está cada vez más lejos de la política y ello es muy peligroso. Pero mucho más lo será que, como comienza a observarse, también se aleje del estado.

Lo que ocurrirá indefectiblemente si lo que debería ser «la comunidad jurídicamente organizada» sigue siendo un fomento permanente de frustraciones y enojos.

Y tal cosa, nos guste o no, se llama anarquía