El acto de Alberto y la tumba del caniche preferido

Por Adrián FreijoPor momentos al peronismo hay que saber leerlo en clave interna. Cuando la sociedad lo cree desorientado, el gigantesco aparato se mueve en un sentido determinado. Hoy está en eso.

 

En su exilio en Madrid el ex presidente Juan Domingo Perón tenía una costumbre que sus más allegados conocían y en muchos casos disfrutaban. Algunos sospechaban que cuando un dirigente había perdido su confianza, el General hacía coincidir una caminata por los jardines de su quinta en Puerta de Hierro y la conversación política para, frente a la tumba de su caniche preferida,  Canela, deslizar al pasar: «Este es el único que realmente me fue leal. El único que realmente me quiso».

Para su interlocutor...la suerte estaba echada.

El acto que prepara el presidente Alberto Fernández, junto con la CGT, las organizaciones sociales afines a su gobierno, algunos intendentes del conurbano y tal vez con la presencia o adhesión de varios gobernadores, tiene una similitud con aquella costumbre del fundador del movimiento: arropada por un abrazo seguramente sobreactuado, arrullada por cánticos que hablarán de «los pibes para la liberación» y sin que nadie esgrima siquiera una crítica a su desvaída conducción, el encuentro en Plaza de Mayo marcará el fin del tiempo pleno de Cristina Fernández de Kirchner.

Al peronismo hay que saber leerlo en clave interna. Tras la derrota del último domingo, que marcó la pérdida del dominio del Senado por primera vez desde 1983 y lo enfrentó al rechazo que el 70% de la sociedad argentina le dedicó, los dirigentes saben que tienen dos años para volver a sintonizar con la gente pero urgencia en resolver como sacarse de encima ese techo que Cristina representa y que ahora además perfora en cada elección su propio piso.

Y ya que hablamos de aquel lejano año del regreso de la democracia, sería bueno recordar que al igual que ahora los hombres que plantearon la Renovación, con Antonio Cafiero a la cabeza, también concentraron el esfuerzo de los dos primeros años en sacudirse a las figuras que la sociedad repudiaba, buscar una imagen más abierta y casi socialdemócrata del peronismo y, solo después de la fuerte derrota de 1985, ir por la reconciliación con el electorado que se consiguió en 1987 y coronó con el triunfo de Carlos Menem en 1989.

También muchos por entonces hablaban del final del peronismo; sin embargo sus dirigentes estaban abocados a cambiar la cara del movimiento, aunque para ello debieran jugar con las reglas de la partidocracia tradicional a la que repelían.

Por eso cuesta tanto entender lo que el hombre de la calle llama «una absurda actitud triunfalista en la derrota». El ciudadano piensa con la ventana abierta, el peronismo hoy lo hace encerrado entre las cuatro paredes de una lucha por el poder que ya no tiene vuelta atrás.

La cara adusta de Máximo Kirchner en el escenario del bunker era la única posible en quien rápidamente tomó nota que lo que se festejaba hasta la exageración era el final de una era que también lo involucraba. El hombre no es tonto y comprendió que lo que allí se tejía era una gigantesca confabulación para sacudirse de encima a su madre y a su grupo de fundamentalistas que quisieron ir por todo y están muy cerca de quedarse sin nada. O al menos convertirse en una línea interna sin capacidad determinante pero que les sirva para rescatar la mayor cantidad de cargos y cajas que le sean posibles.

Los gobernadores van a acompañar la decapitación de Cristina pero luego mantendrán distancia de la Casa Rosada. ¿Porqué aceptar un nuevo liderazgo si ya demostraron que en sus territorios son mucho más poderosos que un presidente de escuálida espalda política?. ¿Porqué subirse a un acuerdo global si tienen la llave de sus senadores y diputados para negociar con ventaja cada ley y cada apoyo que se les pida?.

Los intendentes saben que el poder del Axel Kicillof es hoy casi inexistente y también presionarán pugnando por obras y fondos para sus distritos a cambio de ordenar a sus legisladores acompañar con el voto los proyectos del gobierno provincial.

Las organizaciones sociales ven en esta nueva alianza la posibilidad de manejar fondos y planes y, con un poco de suerte, lograr una institucionalización a la que Cristina se negaba y Alberto no podrá impedir si no quiere perder, además de en las urnas, en la calle. Para los referentes sociales es todo ganancia: por la paz o por la fuerza buscarán convertirse en actores principales de un tiempo que será muy convulsionado y en el que van a necesitarlos para evitar el incendio del país. Podrán, por fin, integrar esa burocracia a la que juran combatir pero envidian en su poderío y manejos económicos…

Y para la CGT, la gran ganadora de la movida, la salida de Cristina representa volver a ser la columna vertebral de un gobierno débil y desorientado que buscará en los gremios el apoyo y la fuerza que no supo encontrar en estos dos años de alineamiento con una jefa más interesada en resolver sus temas personales que en construir un proyecto político.

Esto es lo que estará en juego en la plaza. Y la inmensa tumba de los nuevos caniches dejará que la oposición y la prensa ladren la incoherencia de festejar una derrota, mientras el peronismo -ese que vuelve de todas las experiencias ideológicas de sus líderes de cartón- está jugando a otra cosa que no es lo que la imagen aparenta.

Claro que sería bueno que alguien le recuerde a Alberto que él no es Perón, no es caniche y no es el cuidador de la tumba: más bien se parece a uno de los muchos que, abrazados por el viejo líder frente a la canina lápida de Canela, sabían que su suerte estaba echada.

Y que no lo olvide…