La Casa Rosada organizó y financió la visita de esta semana al Vaticano de un dirigente de una asociación de víctimas de la AMIA alineado con el kirchnerismo.
El Gobierno no sólo dio una increíble voltereta tras la elección de Jorge Bergoglio como Papa y de considerarlo uno de sus peores enemigos pasó a contarse entre sus más entusiastas admiradores. Además, viene intentado una explotación política descarada de la figura del pontífice –como se vio con la presencia de La Cámpora en la última visita de la Presidenta al pontífice–. Para ello, se aprovecha del anhelo de Francisco de que termine su mandato en los tiempos que marca la Constitución y de la mejor forma.
La última jugada del kirchnerismo para procurar usar políticamente al Papa fue de una osadía propia de sus autores: transmitir la impresión de que Francisco se oponía a la marcha de silencio en memoria del fiscal Alberto Nisman. Y que, en la polémica por las circunstancias de la muerte de Nisman y el memorándum con Irán por el atentado a la AMIA, estaba del lado de la Casa Rosada. Así, se convirtió en el organizador y en quien financió el viaje de esta semana al Vaticano de Alberto Burstein, un polémico dirigente de una asociación de familiares de víctimas del atentado alineado con el Gobierno, para saludar al pontífice.
La movida fue rápida. La semana anterior a la marcha Burstein declaró a la prensa que, tras la muerte de Nisman, su grupo tenía la necesidad de ver otra vez al Papa, como lo había hecho en 2013 para que “nos dé palabras de tranquilidad en nuestra búsqueda de verdad y justicia”. Eduardo Valdés, el embajador ante el Vaticano, confirmó que Burstein había pedido la reunión. En rigor, fue Valdés el que hizo la gestión y consiguió ponerlo en primera fila, tras la valla, en la audiencia general de este miércoles –horas antes de la marcha–, para que Francisco lo salude a su paso.
De acuerdo con lo que Burstein declaró luego, en el breve encuentro con el Papa le pidió que intercediera para que Irán posibilitara que declararan los iraníes acusados de haber participado del atentado (o sea, el objetivo que esgrimió la Casa Rosada al firmar el memorándum). Y que el Papa le dijo: “Voy a hacer todo lo que pueda”. Con el apoyo del Gobierno, la foto del saludo del Papa a Burstein y las declaraciones de este se difundieron prontamente (faltaban horas para la marcha). Días antes, la embajada argentina ante Italia había gestionado el lugar donde Burstein dio la rueda de prensa.
Burstein no ahorró críticas a las principales entidades judías, que lo criticaron por haber apoyado el memorándum con Irán. Además, cuestionó a Nisman porque “nos engañó y nunca nos dijo que el memorándum ocultaba propósitos políticos”. Y porque “no avanzó en la causa”. Finalmente, objetó a los fiscales que organizaron la marcha porque “durante años colaboraron para impedir que la causa siguiera adelante y ahora quieren expiar culpas”.
Resta una cuestión: ¿el Vaticano ignoraba la intención del Gobierno de sacar rédito político del saludo del Papa a Burstein? Y, si lo sabía, ¿por qué lo permitió? No parece haber una sola respuesta. Por lo pronto, es cierto que el Papa saluda a todos y que si la familia de Nisman lo quiere saludar no tendrá inconvenientes. También es verdad que el Papa quiere contener a todos y evitar que las divisiones se profundicen. Pero, además, hay quienes creen que el Gobierno logró establecer lazos con algunos miembros del Vaticano que no están haciendo una evaluación certera de los pasos de la Casa Rosada. Y, por tanto, no lo están asesorando bien al Papa.