El kirchnerismo es rehén de sus propios desmanes y soberbias

Por Adrián FreijoEl oficialismo busca reconciliarse con una sociedad que no compró sus desmesuras. ¿Pero cómo hacerlo cuando los «propios» solo responden al estímulo económico?.

 

Querer comprar a los jubilados con un bono es desconocer la dignidad de la vejez. Quienes luchan desde hace décadas por recuperar lo que por derecho propio les pertenece, el 82% móvil, y además han logrado un fallo de la Corte Suprema que obliga a su implementación -algo que tan solo en un país ficticio como la Argentina pudo ser desoído por el estado- no van a bajar la cabeza y poner un voto por un peso más o un peso menos que le pongan en el bolsillo.

Pretender cooptar a los pobres con aumentos a las asignaciones sociales, blanqueo del trabajo doméstico o un IFE acotado y dirigido a la miseria profunda es no entender que los argentinos, que durante dos décadas creyeron que la dádiva era tan solo un compás de espera, hoy entienden que solo desde la dignidad del trabajo podrán emerger del sótano social en que se encuentran sin tener que esperar una elección para que el gobierno se acuerde de ellos.

Y tampoco se logrará con vacunas -algo que los poderosos debieron pensar antes de convocarse entre ellos para «saltar unos puestos de la fila» y poner en evidencia la miserable convicción de que ellos merecían vivir más que la mayoría de los argentinos- ni con créditos a tasa «0» que de nada sirven en un país paralizado, ni mucho menos agotando el fantasma de Mauricio Macri, al que los angustiados del subsuelo apenas registran como uno más de los muchos responsables de su postración eterna.

El gobierno paga hoy el precio del relato estrafalario que supo imponer desde el principio de su asalto al poder. La imagen que proyecta es la de los derechos de las minorías, el aborto, el lenguaje inclusivo, el bienestar de los presos, la alianza con Cuba, Venezuela y Nicaragua, la pasión por Putin y sus vacunas desconocidas en el mundo, su fingida lucha contra los organismos internacionales de crédito a los que recurre con desesperación para que le cubran la espalda y la patética «redestribución de la riqueza» que termina invariablemente con funcionarios ricos y ciudadanos pobres.

Demasiado tiempo perdido en cuestiones que al hombre común no le interesaban, porque estaba concentrado en sobrevivir a la inflación, a la inseguridad, al desempleo, a los hijos que se iban del país y de sus vidas, a la decadencia, al dolor de ya no ser y al no saber como llegar a fin de mes con un plato de comida en la mesa.

Cuando se vive tan lejos de la gente y sus problemas hace falta algo más que un maquillaje o una necesidad electoral para conseguir que aquella vuelva a creer en quien le falló cada día y todo el tiempo.

Hubo un tiempo en el que alcanzaba con los kilométricos discursos de Cristina, las fanfarroneadas de Aníbal Fernández, los proyectos futuristas de La Cámpora, las distracciones de la CGT que veía demolerse el empleo pero miraba para el costado. la complicidad de la Corte -y de toda la justicia- apalancando un país de espaldas al derecho y a la ley y la prepotente amenaza de los grupos piqueteros que se mostraban como los centuriones del poder popular.

Hoy todo está en claro: Cristina ya no tiene proyecto político y solo busca la impunidad que le permita consolidar una fortuna mal habida, Aníbal es un tanguero decadente y melancólico al que sus socios y malandras de ayer le escapan para no quedar en evidencia, La Cámpora es una agencia de colocaciones que busca acumular jubilaciones de privilegio y salvar a un puñado de viejos fieles, la CGT sigue siendo lo que siempre fue -un grupo de dirigentes que solo están abocados a quedarse con el poder interno porque saben que el otro lo negociarán con el gobierno de turno, aunque para ello deban entregar todos los derechos de los trabajadores- la Corte ya se asume a sí misma como una caricatura formal de la tan añeja como inexistente majestad de la justicia y los piqueteros quedaron desnudos ante la sociedad como lo que siempre fueron: unos pocos dirigentes hambrientos de dinero y miles de personas tratadas como objetos a los que se lleva y se trae sin siquiera tomarse el trabajo de explicarles para que y hacia adonde.

Con esa Armada Brancaleone del fracaso, el kirchnerismo se prepara para intentar, una vez más, hipnotizar a una sociedad que ya lo tiene calado y que no compra más espejitos de colores. Al menos de los que se venden en la tienda que supimos inaugurar allá por el 2003 y que hoy se pretende novedosa aunque nunca haya renovado ni la mercadería ni el merchandising…

Esta impostura está agotada, sus personajes son parte del pasado -aunque se nieguen a reconocerlo- y solo les queda recibir la andanada de castigo que el pueblo argentino suele dedicar a quienes quiere consagrar como culpables para no asumir su propia cuota parte de responsabilidad en los sucesivos fracasos.

Pero ese es otro tema. Por ahora alcanza con saber que el kirchenrismo, esa impostura de la historia, ha llegado a su fin y solo deja como herencia más miseria, más fracaso y más corrupción moral.

Grave sería que con tan miserable artillería pudiese ganar una elección…