El mal momento de un juez que creyó que la gente no sabía entender

Lo que le ocurrió a Jorge Ballestero no es nuevo y seguramente no será el último caso. La gente, harta de corrupción y mentiras, expresa su repudio en lugares públicos.

Alguna vez le tocó a Emilio Massera tener que retirarse de un restaurante o a Alberto Kohan verse obligado a abandonar una función en el teatro Colón. Las expresiones de repudio de la gente se convirtieron sobre fines del Proceso y del menemismo en la forma en que la gente expresaba su repudio a la presencia de figuras caracterizadas de esas etapas de la vida institucional argentina.

Fernando De la Rúa optó por retirarse de toda vída pública; ni siquiera se salvó de la repulsa en el simple acto de ir a emitir su voto. Aunque corrió mejor suerte que su hijo Aíto quien en una ocasión recibió un sonoro cachetazo a la salida de un teatro, propinado por una bien puesta señora de edad cuyos ahorros habían quedado encerrados en el recordado corralito.

El propio Axel Kicillof pasó un momento desagradable, acompañado de su familia, cuando en un viaje a Uruguay fue abucheado por el pasaje del ferry que lo transportaba.

Lejos quedaron los tiempos en los que la gente abría un camino libre en la calle Florida y se sacaba el sombrero en señal de respeto al paso de un octogenario Bartolomé Mitre que cada día seguía concurriendo a su despacho del diario La Nación.

Como tantos otros hombres públicos que, aún en el disenso, fueron respetados hasta la muerte cuando de mostrar cocardas de honestidad se trataba.

El juez Jorge Ballestero, conocido desde hace tiempo por los negocios paralelos que gerencia su propio hermano y que siempre están vinculados con cuestiones que tienen que ver con causas en las que debe resolver fue increpado el viernes pasado en el restaurante del Club Mayling de Pilar, por comensales que le cuestionaron su voto en contra de que se siga investigando la denuncia del fiscal fallecido Alberto Nisman contra Cristina Kirchner y otros funcionarios por el presunto encubrimiento del atentado a la AMIA.

No se trató de un “escrache” tradicional, como los que acostumbraron las organizaciones de DD.HH afines al kirchnerismo, sino que el camarista fue identificado por los clientes del restaurante y hubo gritos y ruidos de cubiertos.

Ballestero se enojó y les reprochó: «¿Esto era por mí?». A lo cual le respondieron con distintos niveles de violencia verbal, que volvió a subir cuando el juez retrucó: «¿Y ustedes quiénes son para cuestionarme?».

La respuesta llegó a través de las redes sociales cuando se conoció el hecho. Muchos usuarios defendieron la protesta contra el camarista y los militantes K salieron a denunciar lo ocurrido (el más emblemático fue Víctor Hugo Morales en su programa de radio), ambos con distintos niveles de comentarios.