La presidente y su relato se encerraron en el palacio

(Escribe Adrián Freijo) – Crisitna no quiso siquiera maquillar su visión de una historia que empieza para ella en 2003 y se abroqueló en un relato disparatado.

Poco importó cuan escaso fue el aporte de muchos de los que hoy disfrutan del poder para que la Argentina volviese a disfrutar de la libertad. Agazapados durante veinte años, los violentos de ayer supieron mimetizarse con la democracia, acceder al gobierno y escribir su propia historia.

Los otros, los que lucharon dentro del marco de la ley para recuperar la institucionalidad, hoy estuvieron ausentes de los festejos. Han sido borrados de la historia y personajes del pasado (y con pasado poco mostrable)  se mezclan con jóvenes adoctrinados, fanatizados y por lo general alquilados para cargos públicos tan bien remunerados como inútiles y  suman sus esfuerzos para que el relato que tanto les conviene siga ocupando el lugar que debería corresponderle a la historia.

El año pasado, en medio del drama de un país devastado por los saqueos, la Presidente bailó alocadamente en el escenario dando ya un claro mensaje de que a ella y a su gente esas cosas no la afectaban. De alguna manera adelantaba lo que hoy vuelve a ocurrir: en la Argentina del relato, se baila. La otra -no importa cuanto dolor la traspase- está ausente hasta en la consideración.

Cosas tristes, sucias y feas de un país que ha sido robado y sigue con los brazos caídos observando como 31 años después de aquella fiesta verdadera, un montaje obsceno se apoderó de una plaza que ya hace mucho perdió su sentido histórico.

Una vez más los datos que se pegan de patadas con la realidad, una vez más los enemigos agazapados que pretenden recordarle que las leyes están para ser cumplidas, una vez más la protección cuasi mafiosa a funcionarios impresentables y procesados, una vez más la pretensión de que la historia no fue la historia y que la visión del relato la suplanta.

Una vez más la omnipotencia presidencial en el centro de la escena, aunque ahora ajada y desteñida y con mucho más de caricatura que de realidad.

Clichés, silogismos de cuestionable factura, actores de reparto cubriendo roles principales y un micromundo cortesano que nos indica que «el modelo nacional» ha quedado encerrado en palacio, con la misma voluntad de escapar de «la peste» de la sociedad, la economía y la justicia que los señores feudales protagonistas del recordado cuento de Edgar Alan Poe.

Claro que por aquella grieta literaria la enfermedad entró e hizo estragos.

¿Pasará lo mismo con la que hoy separa al gobierno de la gente?…