EL OSCURO CALLEJÓN QUE SE LLEVA A NUESTROS JÓVENES

La muerte de Leonela es un hito más en la  lista de jóvenes que aparecen sin vida en los últimos tiempos. Más allá del derecho a exigir mayor seguridad, esta reiteración nos exige reflexionar.

Que la sociedad está enferma es algo que no podemos ocultar y seguramente nadie en sus cabales pretenda hacerlo. Pero tal vez ha llegado el tiempo de mirar hacia adentro de cada uno de sus componentes para llegar a entender que nos ocurre como conjunto.

Cada día amanecemos con una historia de horror, y lo más grave es que generalmente esas historias tienen como protagonistas a adolescentes que por diversos motivos atraviesan crisis familiares, sensaciones de incomprensión y sobre todo confusión de afectos y objetivos.

¿Será que estos tiempos difíciles concentran a los padres en la resolución de los problemas económicos y dejan de atender el crecimiento de sus hijos?; ¿será en cambio que los valores del “tener” -tan propios de los tiempos que corren- han arrasado con los del “ser”, incluyendo en ello al mismo valor de la vida?; ¿no habremos exagerado un “respeto por los derechos humanos” hasta el punto de convertir un sano sentimiento en cómplice de quienes envenenan y matan a nuestros hijos?; ¿no habremos descuidado a los buenos para proteger a los malos?.

¿Será que el horizonte infinito abierto por la tecnología y que permite a los jóvenes ser tantas personas diferentes como su propio adolecer les plantea se ha escapado de la comprensión de los adultos?. ¿O SERÁ QUE ESTAMOS ASUSTADOS Y LE TEMEMOS A NUESTROS PROPIOS HIJOS?

A veces las malas noticias llegarán en forma de crimen, otras –como en este caso- tras la máscara del suicidio y muchas más en forma de adicciones mortales que casi tiempo los mayores percibimos tarde.

Estas y muchas otras más preguntas no tienen una respuesta común. Y eso es lo malo.

Porque las respuestas comunes suponen contratos sociales que le permiten a una sociedad conocer los límites de la convivencia y saber que quien los pase, en cualquier circunstancia, será castigado. Y que quien se maneje dentro de ellos podrá, en base a su propia capacidad y con el sostén de un conjunto conocible y confiable, podrá avanzar, progresar y proteger a los suyos.

Y ello no se logra con costosas campañas publicitarias, frases comunes o dejando la cuestión en manos de burócratas de discurso fácil y sueldo millonario. Sin ese acuerdo entre la ciudadanía y el estado, aceptando las medidas excepcionales que una situación excepcional exige, no podremos retomar el camino correcto y centrar la búsqueda de las soluciones en el marco de una sociedad civilizada en su conjunto y que permita el retorno a la normalidad individual, familiar y comunitaria a sus integrantes.

Algo que ya no ocurre en la Argentina y algo de lo que poco y nada hablan quienes la gobiernan y quienes pretenden hacerlo.

Mientras nuestros chicos mueren, la familia languidece y el futuro se convierte en un oscuro y estrecho callejón.