¿Dónde estaba usted cuando escuchamos aquel «Habemus Papam» que cambió la vida de los argentinos?. Un momento inolvidable y un largo camino andado.
Todavía recuerdo el abrazo con mi hijo, por entonces de doce años, en la esquina de Catamarca y Luro mientras las bocinas de los coches sonaban y todos nos mirábamos con ojos que oscilaban entre la perplejidad y la alegría. Eran las 16.12 del 13 de marzo de 2013.
Posiblemente no tomábamos nota en ese instante que algo muy profundo estaba cambiando en la Argentina y estaba cambiando para siempre. Porque era imposible entonces comprender que la palabra de Francisco -ese humilde y singular nombre que nuestro Jorge Bergoglio eligió para su nueva vida- iba a ser determinante en cada cosa de la vida nacional.
¿Se acuerda la conmoción que sentimos cuando Juan Pablo II posó sus ojos en el país durante el conflicto por el Beagle?. ¿Y Malvinas?.
Hasta ese 13 de marzo de 2013 vivíamos convencidos de que un Papa sólo nos miraba en situaciones límites, excepcionales.
Desde esa fecha sabemos que el Pontífice nos mira…hasta cuando juega San Lorenzo.
No es un dato menor levantarnos por la mañana tan cerca del Papa, transcurrir el día tan cerca del Papa y acostarnos por la noche después de haber nombrado -aunque sea una vez durante la jornada- a alguien hasta ayer nomas tan distante como es el Papa.
Es verdad, como siempre ocurre con esa forma de ser que es tan nuestra, hay abusos, imprudencias y exageraciones en el uso de la figura de Francisco. Pero ninguna de estas cuestiones pueden empalidecer el orgullo de ver esa sotana blanca que camina el mundo despertando admiración y amor entre la gente y no recordar a cada paso que aún universal es uno de nosotros.
Después se analizará el contenido de su papado y se podrá coincidir o no con las líneas directrices revolucionarias que ha impuesto para la Iglesia.
Pero nadie podrá olvidar aquel omento de hace dos años en el que la temblorosa voz del cardenal francés Jean-Louis Tauran pronunció aquellas dos palabras que se clavaron en nuestos corazones para siempre: habemus papam.
Y que en ese mismo instante se iniciaba la era Francisco.