Monseñor Victorio Bonamín nunca ocultó su simpatía por los militares pero negó su conocimiento de la represión ilegal. La aparición de su diario lo pone en duda.
6 de octubre de 1975: en un país donde la violencia política recrudece y el Ejército se entrena para la “lucha antiguerrillera”, a monseñor Victorio Manuel Bonamín, el provicario castrense, lo esperaban en la Escuela de Infantería de Campo de Mayo a las 20.15 para la comida. Después de la sobremesa, su director, el coronel García, lo llevó a recorrer las instalaciones de la guarnición y le contó a vuelo de pájaro en qué consistía el adiestramiento militar. Al religioso el convite lo había maravillado: “Debía ir para cenar y, luego, entretenerme 15 minutos con la compañía Coronel Paiva que se está entrenando ‘tipo Comando’ para la lucha antiguerrillera (¡aguerridísima!)”, escribió, entusiasmado, unas horas después. Lo planeado se trastocó: “Me encontré con que toda la Escuela estaba esperándome para una conferencia en el salón”, se lee. Bonamín puso a prueba su capacidad de reacción: “Improvisé sobre ‘religión y combate’. Después sí, cena y ‘Buenas noches (Tema pedido: ‘Matar en combate’, hay intranquilidades de conciencia!)”, terminó por escribir.
La evocación detallada de esa misa peculiar, que muestra una camaradería orgullosa entre uno de los jerarcas de la Iglesia Católica y los altos mandos de las Fuerzas Armadas, surgen del diario personal del propio provicario castrense. El religioso apuntó obsesivamente lo que hizo, vio y pensó, cuanto menos en los años 1975, 1976 y 1978: tiempos de noches frías y cuerpos ausentes. En los últimos cinco años, los investigadores sociales Lucas Bilbao y Ariel Lede relevaron sus 750 páginas, analizaron su contenido, lo cotejaron con otros materiales y arribaron a una conclusión contundente: “Bonamín y el Vicariato castrense participaron activamente en la implementación del terrorismo de Estado en la Argentina. Fue una tarea elaborada en el tiempo y que encontró entre los años 75 y 76 su materialización”, dice Bilbao en una charla con Infojus Noticias.
“Él habla en su diario de ‘aunar criterios’ y eso a partir de las intranquilidades de conciencia que los militares le planteaban cuando él recorría las unidades o a partir de información que algunos capellanes le traían”, detalla el investigador.
El diario íntimo de Bonamín –del que Infojus Noticias presenta en exclusiva algunos manuscritos- verá la luz el año próximo en un libro. Pero la investigación de Lede y Bilbao está muy lejos de limitarse a transcribirlo. “Entrecruzamos ese material con diarios, revistas militares de la época, e hicimos nuestra propia investigación: un análisis de la historia del Vicariato, su estructura y su despliegue, un análisis de la figura de Bonamín en esos años, un recorrido por sus discursos, escritos y acciones”, definen.
La bitácora de Bonamín llegó a las manos de los investigadores a través del sacerdote jesuita José María Meissegeier, el padre “Pichi”. Luego de su lectura paciente, pudieron precisar que “estaba preocupado por orientar la acción de los capellanes, respecto a la cuestión de las torturas, por ejemplo”. A través de Bonamín pudieron reconstruir, en un trazo más grueso, el rol de la institución. “Pero ser poseedor de información confidencial respecto a las internas militares, eclesiásticas, respecto a la metodología represiva, excede cualquier marco de ‘complicidad’, término que generalmente se utiliza para explicar el rol de la Iglesia católica en los años del terrorismo de Estado. La lectura de sus diarios son pruebas irrefutables de la colaboración consciente y explícita de la Iglesia en los años de la represión”, expresa Lucas.
Un hombre ligado a las Fuerzas Armadas
Bonamín fue ungido provicario castrense en 1960, apenas tres años después de que el Vaticano y el gobierno dictatorial del general Pedro Eugenio Aramburu firmaran el acuerdo que creaba un vicariato castrense “para atender el cuidado espiritual de los militares de Tierra, Mar y Aire”. Se quedó en ese cargo hasta 1982, subordinado en los años más crudos del terrorismo de Estado a Adolfo Servando Tórtolo, vicario general de las Fuerzas Armadas y dos veces presidente de la Conferencia Episcopal Argentina. Durante toda la dictadura, se desplegaron más de 400 capellanes en las “zonas militares” que se sumaban a los obispos diocesanos, aunque el vicario y los capellanes militares ejercían la jurisdicción “primaria y principalmente”, según ese acuerdo.
Bonamín siempre fue un hombre ligado a las Fuerzas Armadas. No sólo institucionalmente, sino identificado ideológicamente. En noviembre de 1977, cuando la tortura y la desaparición eran la regla, dijo: “Si pudiera hablar con el gobierno le diría que debemos permanecer firmes en las posiciones que estamos tomando: hay que desestimar las denuncias extranjeras sobre desapariciones”.
En su diario, Bonamín nunca dejó registro de su paso por algún centro clandestino de detención. Tampoco hay denuncias de que haya tomado contacto con personas secuestradas, pero Bilbao y Lede establecieron que entre las cientos de unidades militares que visitó, alrededor de 20 albergaron chupaderos. “Puede que no haya pasado por allí sin embargo, en los hechos los lugares existieron y es difícil tapar los gritos de las torturas, que no vean los camiones con detenidos, movimientos extraños”, dice Bilbao. A los investigadores no les quedan dudan de que estaba al tanto. “Por ejemplo, cuando le van a pedir por detenidos: en ningún momento se asombra de esas detenciones, o expresa comentarios poniendo en dudas, todo lo contrario”, completa.
El diario de mañana
El diario del sacerdote no sólo revela un verdadero apostolado por aplacar los remordimientos de los ejecutores de la masacre militar: también el conocimiento privilegiado que tenía de las decisiones de la Junta de comandantes, incluso antes de su conformación.
El 6 de febrero de 1976 anotó: “Gral Buasso: vino a saludar a Mons. Tortolo, de paso quiso conversar conmigo ‘sobre lo que va a pasar’; conveniencia, seria, de “prevenir” a la Santa Sede por si son detenidos algunos sacerdotes”. Un mes y medio antes del derrocamiento de Estela Martínez de Perón, el plan era claro para los hombres de uniforme y sotana. El 26 de febrero de 1976 agregó: “almuerzo en la Escuela de Comando y Estado Mayor. Comodoro Salas. Auto-invitado Comodoro Rodrigo Franco. Contacto; compromiso de colaboración este año. El tema del día: ¡el golpe! ¿Será para el 8-12 marzo?”.
El 16 de marzo de 1976, por la noche, una patota de la policía secuestró a Luis Anselmo Bonamín, el sobrino nieto del pro vicario y militante de la JP, y lo llevó a una dependencia policial de Catamarca entre Corrientes y Entre Ríos. El dato coincide con una anotación de su tío abuelo en el diario: “por insinuación del Coronel Rolón se llama al comisario Bertolone, Jefe de Inteligencia de la Policía con sede en la ex Seccional 2 Catamarca adonde (según le refirieron a Mito) habría sido llevado Luis ‘todavía vivo’”. A pesar de su llegada directa a la cúpula militar, Bonamín no hizo demasiado después del secuestro.
Como probó la justicia, el 4 de agosto fue asesinado el obispo Enrique Angelelli, mientras Bonamín estaba en Europa. Al día siguiente de su regreso, se reunió dos horas con el coronel Ricardo Flouret. En su diario tituló “Mons. Angelelli: ¿un tiro en la cabeza?”, y escribió que entre otros temas se había tocado la “situación actual, pormenorizada; -situación de Teresa en Rel. Exter.; caso Mons. Zazpe; Mons. Angelelli”.
Ahora que terminaron de relevar la primera parte, seguirán por las anotaciones de 1978: allí consigna, entre otras cosas, que hay capellanes movilizados con las tropas durante una posible guerra con Chile y habla sobre el Mundial de fútbol.
El final
Bonamín murió en 1991, en una casa de retiro de la orden salesiana, en el barrio rosarino de Funes, donde pasaron al menos tres detenidos clandestinos, entre ellos el cura Santiago Mac Guire. Ya no tendrá que dar explicaciones por su bitácora del terror ante la justicia.
Sin embargo, la investigación sobre su gestión ha sido aportada a muchas causas judiciales: en la causa del obispo Angelelli, en la megacausa Saint Amant II de San Nicolás, en la causa Feced, de Rosario, donde se investiga la responsabilidad del ex capellán Eugenio Zitelli, y otra por el asesinato de Luis Anselmo Bonamín. También fue aportada a la causa en la que podría ser procesado Monseñor Grasselli. Además de un listado biográfico de 33 capellanes de los cuáles hay pruebas concretas y testimonios de su paso por centros clandestinos o cárceles donde se torturaba a los detenidos.
Mons. Angelelli: ¿un tiro en la cabeza?
10- Crnl. Ricardo Flouret: Hablamos hasta las 12: mi viaje, emigración (me conectará con Marcenaro Boutell, del Min. Int.); situación actual, pormenorizada; -situación de Teresa en Rel. Exter.; caso Mons. Zazpe; Mons. Angelelli (me dice que en reunión de Obispos me involucraban a mí por la homilía de CELPA!); cambios en los Comandos… Al Movimiento le falta libreto. “Aún no sabe qué ha de hacer”.