LA DEMOCRACIA Y LAS FORMAS

Es claro que la democracia es una manera de entender la vida comunitaria. Tiene un fondo, que es la libertad y la participación como base, pero tiene formas que son igualmente importantes.

En aquellas lecciones que recibíamos en nuestro tiempo de estudiantes acerca de que era y como se conformaba el civismo, nuestros profesores nos hablaban de tres formas puras de gobierno: la aristocracia, la dictadura y la democracia. En las dos primeras de ellas el poder recaía en una persona o en un a élite -en la monarquía fue primero por derecho divino y luego por soberanía popular- y el ungido gobernaba a su arbitrio sin otro control que su conciencia.

Pero había un contrato moral entre el pueblo y sus gobernantes: la búsqueda de quien ejercía el unicato debía ser siempre el bienestar de su gente.

A partir de la Revolución Francesa nace la democracia y con ella un sistema de representación proporcional, con poderes divididos y con tiempos máximos para el ejercicio del poder. Nacen además los controles institucionales, a los que todos los ciudadanos y también los gobernantes deben someter sus actos y acciones.

Aquellas tres formas puras tenían a su vez sus caras perversas: la oligarquía -cuando el grupo de élite se imponía conculcando los intereses del pueblo- la tiranía -en la que el autócrata violaba las leyes e imponía su criterio por medio de la violencia- y la demagogia, sistema en el que los gobernantes electos utilizan la mentira y el engaño como forma de perpetrarse en el poder.

Aclarado el fondo de los sistemas puros, es importante recordar que cada uno de ellos viene acompañado de formas de gobierno que, al ser la garantía del buen funcionamiento, se convierten en tan importantes como la esencia misma.

El diálogo, el respeto, la moderación la aceptación de las reglas de juego del sistema y la prudencia en el contacto con los ciudadanos son por tanto mucho más que cuestiones de elegancia o educación: son intrínsecas a un gobierno puro y son el examen cotidiano que debe rendir el gobernante ante su gente.

En la democracia, el sistema que se supone impera en la Argentina, esa moderación suele estar ajena a la consideración de los poderosos. Todos los vicios de la demagogia y todos los atropellos de la oligarquía han estado presentes en las últimas décadas de la vida institucional argentina que además salía de una tiranía brutal y arrolladora que se posó sobre los cimientos más perversos que se recuerden en la historia nacional.

Cuidado entonces con alguna expresiones autoritarias -de esas que en Mar del Plata ya se han hecho costumbre en muchos de sus gobernantes- porque no basta con la vigencia teórica de las instituciones democráticas ni con el discurso ni con la letra muerta de leyes, decretos y ordenanzas.

Las formas, el respeto, la tolerancia y el diálogo deben volver en forma urgente. El daño que su ausencia causa suele tardar generaciones enteras en subsanarse…